diumenge, 31 d’agost del 2008

Dejad que las marabuntas vengan a mí


Según un sitio argentino, el guión de “Marabunta”, vaya si interesante -sin ironías-, es el siguiente:

Charlton Heston es el poderoso e inquietante propietario de una plantación en la salvaje y traicionera jungla sudamericana. Eleanor Parker es su encantadora novia estadounidense, a la que conoció por carta. Pero Heston desconfía de Eleanor, y se pregunta por qué ella dejaría EEUU, arriesgándose a vivir en la jungla. Ambos se ven amenazados por la llegada de millones de hormigas asesinas que avanzan por la jungla, abriendo un camino de 30 km de largo y 3 de ancho plagado de escalofriante horror.

(http://www.videomaniaticos.com/comprar/ficha_pelicula.asp?id_pelicula=14146)

Lo que no se explica a mi atribulada mente es por qué en Celtiberia a la agresiva hormiguita la hicieron rugir, como acabo de enterarme..., ya que allí la sombra épica de Calderón de la Barca trocó a la original “The naked jungle” en… “El rugido (¿?) de la marabunta”.

Me anduve de entomólogo buscando qué ruidos hacen las hormigas, por aquello de que a los párvulos hay que pillarlos de las orejas y empezar a enseñarles que la oveja, la cabra, el cordero, el carnero, y el ciervo balan; el gamo gamita; el buey y la vaca mugen, pero el toro brama; el caballo relincha; el perro ladra; el gato maúlla; el león y el tigre rugen -¿a la par de las marabuntas?-; la pantera himpla, lo mismo que la onza; el lobo, el chacal y el coyote aúllan; el becerro berrea; el asno rebuzna; el oso y el cerdo gruñen; el jabalí arrúa; el mono, el conejo, la liebre y el ratón chillan; el elefante barrita; el gallo canta, la gallina cacarea y el pollito pía; la rana croa; la serpiente silba; la abeja zumba; el pájaro gorjea; la cigueña crotora; el grajo grazna; el cuervo crascita; el pato parpa; la paloma zurea; el grillo y la cigarra chirrían; el perro ladra…y, a ver, Pepillo, ¿cómo nos interpela la insaciable marabunta antes de transformarnos en su desayuno y prontamente en su merienda, si logramos correr durante el mediodía para evitar que nos almuerce?

Onomatopeyas aparte, me ha gustado lo que se ha dicho sobre las rugientes aludidas y el film consiguiente en esta cálida, y aguda, descripción publicada en el diario La Capital de Rosario por Jorge Besso hace poco:

“Charlton Heston, Chris en la ficción, representaba a un masculino de ‘alta gama’ encarnando a un amo y un macho que manejaba con mano dura (con algo de humanismo) a una buena cantidad de explotados, cuyo sentido de la vida era dedicar la suya al enriquecimiento de un señor Blanco, como corresponde al orden natural de la vida. Chris lo tenía todo, menos una mujer. Opta por un casamiento a distancia, es decir un casamiento a ciegas, lo que en definitiva no es nada demasiado extraño si se piensa que todo casamiento en algún punto es a ciegas. No sólo del otro, también de sí mismo, ya que no son pocas las veces que alguien se encuentra haciendo o diciendo algo que jamás imaginó que podía llegar a hacer o decir.

En la película, un día baja de una lancha una pelirroja bastante impactante, Eleonor Parker, que con aires de seguridad y de saber moverse en la vida (venía de Nueva Orleans) se encamina al encuentro de su esposo. Con un gran impacto inicial entre los esposos, al conocerse se empiezan a desplegar dos historias paralelas: una, el avance de la marabunta, unas hormigas asesinas organizadas como un ejército que bajan y avanzan desde la montaña arrasando con todos los objetos y sujetos que encuentran en su camino.

La otra, los avatares de un amor que comienza, con las hormigas todavía lejos, y que dan el nombre a la película, ‘Marabunta’ (1954). Son dos historias de conquistas. Las conquistas de la naturaleza y las conquistas del amor. Ellos mismos como dos conquistadores. Esa naturaleza compartida hace que ambos tengan una postura, y en cierto sentido una estrategia similar: para Chris se trata de una pieza más de sus conquistas, para Joana era un hombre más de su currículo. Esto era lo que de ninguna manera tenía previsto nuestro hombre que ni por un momento pensó que se podía casar con una mujer que no era virgen, cuando además él lo era. Justament epara Chris que había construido laboriosamente su palacio, que supo esperar para terminarlo y meter adentro a una mujer. Y que además cuidó muy especialmente que todo lo que ingresaba en dicho palacio tuviera una condición fundamental: todas las cosas eran religiosamente nuevas. Por lo tanto todas esas cosas tenían en común algo especialmente importante: no tenían una historia atrás.

El ejemplo más claro y representativo era el espectacular piano de cola, absolutamente nuevo (creo que de color blanco), dispuesto a iniciar su historia ya que nadie lo había tocado, ni mucho menos trabajado. El imponente piano blanco estaba cerrado y sólo se abría con la llave colgada del llavero de Chris. El tema es que Heston suponía lo mismo de la vida y sobre todo del cuerpo de una mujer, al menos de la mujer para casarse. El esposo al desposarla tenía la llave de la sexualidad de la esposa. No se trata sólo del machismo en juego que no pierde su fuerza a pesar de la obviedad del planteo. Se trata más que nada de ingenuidad: la sexualidad no tiene llave. Ni el hombre, ni la mujer respecto de sí mismos, ni cada uno respecto del otro. Es de alguna manera lo que ella trataba de explicarle. Con mucha sutileza le suelta que un piano cuanto más se toca suena mejor.

Lo mismo vale para la mujer y en definitiva para el amor. Demasiado para Heston. Muchas veces es demasiado para los hombres. Que si no pudieron tener la primer llave, la de la primera entrada, al menos pugnan por tener la última. Pero tales llaves no existen. En principio todo se puede conquistar, menos la incertidumbre. ¿Y las hormigas? Se manducaron la plantación, pero fueron ahogadas. En medio del fango victorioso los esposos se abrazaron con la fuerza que suele dar el empezar de nuevo, es decir con la ilusión de que no haya historia.”

(http://www.lacapital.com.ar/contenidos/2008/04/27/noticia_5220.html)

Convengo definitivamente que en Hispania (al menos todavía en la década del 1950) eran menos prosaicos que los argentinos: se dice en otro sitio que “Aunque las hormigas se mueven silenciosamente, su presencia se anuncia. Los otros insectos se asustan, animales pequeños salen disparatados, hacen ruidos en la hojarasca mientras le huyen al ejército invasor. Ellos saben qué viene.”

(http://www.elperiodico.com.gt/es/20080719/temasdeinteres/62039/?action=results&poll_ident=610)

Y hay algo que se debe hacer notar en honor quizá al introductor de aquel viejo título al castellano peninsular: la marabunta no es, parece, verdaderamente la nomenclatura del bicho en sí, sino la asociación de insectos devoradores, que pueden ser según las eventualidades hormigas de distinto tipo, aunque ninguna de ellas se presenta como poco o algo anoréxica, sea la que fuera su filiación ideológica dentro del panformiquismo político. Con lo cual “El rugido de la marabunta” pasa a ser para la cartelera una licencia literaria bastante adecuada al paisaje dantesco del guión, abstracción hecha de la llave y el piano blanco simbólicamente abstinente que se han citado más arriba, y que seguro en aquella época se tenía por atrevido mencionar explícitamente: a uno (supongo infante de los años 1950) se le pararían los vellos de las tetillas de horror al imaginar ese sordo ruido de corceles y de aceros (broma para argentinos…) de la fauna selvática en franca huída. Tampoco hay que pretender que el titulador de 1954 hubiese puesto “Erección al borde del abismo del hormiguero”, al modo de “Bajos instintos”: no hay que pecar de anacronismo. Así que… todo tiene explicación y, si no os satisface, seguid buscando el triste aullido horripilante de las habituales huéspedes del jardín, que yo no lo he oído aún, pero nunca es tarde para resucitar a Dn. Félix de Azara, y pedirle que nos acompañe en la ronda.

Gustavo F. Soppelsa

dimecres, 27 d’agost del 2008

Dolor y éxtasis del enero argentino en Brasil


El Mercosur, durante el último enero, globalizó en la región una circunstancia que nadie había presumido en los discursos inaugurales que festejaron el nacimiento del bloque. La falta de previsión de los oradores de entonces obedeció, quizá, a una razón elemental: los alumbramientos -tal como el originado a raíz del Tratado de Asunción- se encuentran en el extremo opuesto al de la muerte en la sucesión de etapas escolares con que suelen ilustrarse los ciclos biológicos.
Esa representación esquemática de la ilusoria distancia entre la efervescencia candorosa de la vida y su aniquilación semejó una parábola meramente infantil y endeble en la traicionera rodovia federal BR-40. La fábula fácil fue desmentida por el horror, e igual destino sufrió, como señalaba un periodista de Santa Catarina, la credulidad optimista de las autoridades del Brasil respecto del refrán que reza que nunca un rayo cae dos veces en el mismo sitio.
Alrededor de una cincuentena de argentinos y escasos brasileños, que perecieron en sendos accidentes de tránsito rumbo al balneario catarinense de Camboriú en los recodos altaneros de la Serra de Santinha en las proximidades del municipio de Pouso Redondo, ubicado en el Alto Vale do Itajaí, tuvieron el sombrío privilegio de traer a primer plano la creciente mixturización -en todos los órdenes- de las dos sociedades más dinámicas del grupo unido en torno a la concertación arancelaria entretejida por los problemáticos ministerios de Hacienda que el Palacio de Planalto y la Casa Rosada comandan.
Como es habitual en todo lo que tenga algo de humano sea aquí, en el hermano país o en Finlandia, el trasfondo de este drama estuvo sometido a no tan lejanas determinantes económicas: el espejismo de las ventajas de la troca del peso por el real y la consiguiente duplicación de los números y los billetes de nuestra denominación en las manos de los que llegaban desataron un frenesí que, más allá del episodio cambiario puntual que califica a este verano del año 2000, tiene algo de idilio ya folklóricamente asentado en las tradiciones de la clase media argentina.

EL TEMBLOR
Contradicción aparente mediante, la tragedia shockeó más a los nacionales que se encontraban distantes del escenario de los acontecimientos que a los protagonistas secundarios -en concreto al resto de los turistas de todas las provincias de nuestra República- que viboreaban su alborozo por la bulliciosa Avenida Brasil: la curiosidad, la avidez por la diversión y, por cierto, la explicable, insuperable e ingenua superstición que hace nacer el temor a atraer la desgracia a través del simple acto de pensar en la desgracia enjugaron el sudor frío que estremeció a todos cuando la noticia se divulgó y se coló en las habitaciones de los hoteles propalada por las cadenas de televisión y el boca a boca de los choferes y coordinadores.
No obstante este detalle, en la Santa Catarina de habla portuguesa, que no veranea sino que labora a destajo, la conmoción no fue menor que en el Río de la Plata propiamente dicho.
El aluvión que proviene de allende los límites de Misiones y Corrientes dispuesto a descorrer (o redescorrer) el velo del júbilo imperecedero y mitológico de la torcida de la camiseta verde-amarilla preanuncia a la actual como la temporada más exitosa de todas las épocas para la zona, si hemos de dar crédito a la crónica que Moacir Pereira escribió para la página dos del diario O Estado, editado en la capitalina Florianópolis en el curso de esas jornadas que luego fueron de tribulación.
Es obvio -puesto esto de relieve sin la menor intención de zaherir a los brasileños, quienes oficiaron una misa en la Iglesia Matriz de Santa Inês en sufragio de las víctimas- que escasos sectores de los alimentados por la inyección de recursos traídos por los argentinos dejaron de sentirse alarmados debido a la repercusión que sobre el flujo de pasajeros que circulan por la rodovia pudieran tener los sucesos.
La discusión pública que sobrevino alcanzó un voltaje subido luego del segundo accidente según narra Pereira con elegante prosa lusitana en el mismo periódico: la primera y más grande de las catástrofes tuvo las connotaciones exteriores de una fatalidad inducida por la imprudencia del conductor. Esto cooperó para reforzar la tranquilidad de los catarinenses, quienes se autodesobligaron y autodisculparon en consecuencia, con rápidas cortesías fúnebres hacia Argentina y visitas ministeriales al enclave serrano donde se produjo el siniestro.
Sin embargo, el via crucis de connacionales y brasileños no habría sido -como se imaginaba al comienzo de lo que resultó posteriormente una seguidilla mortal- sólo una casualidad: el desbarrancamiento fatal el jueves 14 de otro micro argentino tras el atroz accidente de la madrugada del miércoles anterior, que fue también inmediatamente próximo en el espacio, pues ocurrió a tres kilómetros y medio del lugar en el que el ómnibus de Tucumán colisionó, dinamitó la tranquila hipótesis de la mala suerte; enseguida, el debate ardió en ese Estado del país tropical, resucitaron los muertos de nacionalidad brasileña caídos en la misma ruta, revivieron las acusaciones por la escasas inversiones viales y el pobre mantenimiento, se comenzó a tejer y destejer la madeja de responsabilidades estaduales y federales, etc., y nadie pudo detener, en suma, el estremecimiento de las cámaras de comercio frente a las posibles reacciones de pavor de los que se hallaban a punto de adquirir sus boletos en los andenes de las terminales de Salta, Neuquén, Formosa, Concordia o Mendoza.

LO ETERNO
Mientras tanto, varios de los que ya estábamos allí comenzamos calladamente a preguntarnos si el éxodo nacional (con abundancia de entrerrianos, entre otros muchísimos provincianos) desde pagos menos hostiles al momento de recorrer la geografía turística por vía terrestre estaba justificado por los atractivos de esa Meca atrapada entre morros altivos y peligrosos.
Bien. ¿Qué decir del miedo?, ¿que no existía? Cualquier aseveración que lo niegue es falsa. El fantasma de la vuelta, para los que habían arribado sin novedades, rondaba entre excursión y excursión a las playas lindísimas. Pero el temor, como decía el escritor francés Sthendal, es básicamente pérdida de tiempo, y si algún material debemos emplear los argentinos en Brasil al máximo son los días. Los días son siempre escasos. Al contrario, en ese paraíso, todo, absolutamente todo, alcanza subitamente una cifra infinita: las sensaciones, las personas, el continente encerrado en una nación inmensa aun en la pequeñez de Camboriú, la confrontación de los prejuicios acarreados por nosotros mismos y ajenos a la realidad, el sabor de las frutas exóticas, las formas extraordinarias de las chicas y su simpatía, y la languidez de una tierra en la que la lluvia no moja porque -atiéndame- es claro que uno le da importancia al estar seco cuando eso tiene algún valor (y ese fenómeno epidérmico de apreciación es desconocido como efecto de la meteorología benigna de Camboriú).
Cruzando la frontera del shopping o de la tienda callejera, a los que la malevolencia y la ironía argentinas han convertido -con injusticia desmedida- en modelos de la estupidez del paseante argentino, aunque ellos sólo son demostrativos de que los argentinos tenemos idénticas compulsiones al consumo que el resto de los mortales de cualquier hemisferio y nada más, hay mucho para ver y nuestra gente lo ve.
Es verdad que miramos como espectadores modestos, un poco sin darnos cuenta, sin afán de crónica exquisita o relato épico, en otras palabras (seamos adultos y concientes), como ha ocurrido siempre desde que los fenicios se posaban en cada puerto a intercambiar vasijas con los nativos, desde que los genoveses apuntaban en sus bitácoras -junto a la contabilidad de la última transacción menuda- las costumbres de las villas lejanas por las que merodeaban o desde que los marineros de Plymouth narraban con gestos grandilocuentes anécdotas sobre los gauchos de las pampas a sus hijos.
En Camboriú, las ánforas y los aceites primitivos -las cráteras y el nepente de los cuentos de los autores clásicos- de los comerciantes de la antigüedad se volvieron para los argentinos sábanas y toallas compradas por quilaje, y los caballeros semisalvajes de espuelas de los cuentos anglosajones mudaron en mujeres ondulantes; sin embargo, la esencia de ese pacto rezumante por el que los tratantes se comprometen y comprometían en toda edad del universo al intercambio de dinero y experiencias sazonadas con la sal de la extranjería sigue tan vigente sobre la fina arena catarinense como en las eras remotas en que Marco Polo fatigaba sus derroteros.

LA COSECHA DEL VIAJERO
Ahí, frente al mar verdoso, en una sudamericana Cartago contemporánea propicia al cambalache y al mercadeo de objetos desdeñables o no, se presenta como realmente es ante los connacionales quien ya se ha colado en la piel de un personaje de una radionovela de transmisión y factura caseras que se repite voz a voz en cada ocasión en que un familiar o un amigo hace el camino del Brasil. En esa ciudad abigarrada, el brasilero (y las brasileras, porque cada género merece una consideración distinta) se recrean para los argentinos que los creyeron durante generaciones idénticos a una imagen pintoresca que no siempre -aunque sí a menudo, con los pertinentes retoques- se exhibe como fidedigna.
Porque no pueden negarse las diferencias, incluso en esta porción sureña del gigante, más susceptible que otra a las relaciones de vecindad con los hispanoparlantes que habitan el último escalón descendente de la escalera que conduce a la Antártida.
Brasil es menos Europa que Argentina y eso no lo hace ni mejor ni peor: únicamente lo hace diverso y... atractivo. Frecuentemente, el ojo del rioplatense se sorprende por la dureza del trabajo en el país de sus anfitriones. Por este rincón del globo terráqueo (como por tantos otros) no pasaron ni el General ni Evita, y ni hoy, ni mañana, ni pasado mañana es San Perón.
Por supuesto que se lo extraña al General, diciéndole a todo el mundo que hay que trabajar sin caer en la esclavitud, con salarios dignos y descansos razonables, aunque más se extraña el hecho de que los brasileños no parecen echar de menos que su historia carezca de esa presencia tutelar montada en un manchado estupendo (e inquieta también de manera superlativa el suponer que nunca la desearon ni la desearán). Solamente trabajan y se ríen, cuando pueden, de que deban trabajar, aunque les duela, y hacen, de necesidad, virtud. ¿Un buen salario promedio aquí? Con mucha fortuna y viento a favor, el equivalente a nuestros ciento veinte pesos por ocho horas de labor al modo del Brasil, que no es -téngalo por seguro- el modo argentino.
Por supuesto que emociona -y perturba-, entre otras cosas notables, esa mezcla de piedad religiosa y respeto por los que han sido distinguidos de su prójimo por alguna dolencia en su cuerpo, algo bastante inusual para nuestra concepción, algo que para el brasileño parece manifestar -supongo-, como en el caso de los santos inocentes españoles, lo sagrado que reside en todos los marcados por Dios con un estigma en el que la reverencia popular quiere encontrar la huella del llamado de los Cielos para recorrer el camino de la Gloria por las encrucijadas del padecimiento y lo extravagante.
Por supuesto que se embelesa uno con las garotas espléndidas, de mirada clarísima y cabello negro profundo ataviadas todas con rara y discreta uniformidad, tan incomprensibles frente al estereotipo nacional argentino producido para matar: la ropa para salir, definitivamente, es una obsesión ítalo-criolla que nos deparó la genética, y normalmente, incluso aquél/la de entre nosotros que en la superficie desdeña esa manía se preocupa en mostrarlo hasta el paroxismo, como las pintorescas y adorables chicas de la bohemia santafecina que visten tan cuidadosamente al descuido que hasta calculan la cantidad de flecos de sus jeans y la armonización de los colores de los remiendos de sus bolsas de cáñamo compradas en una boutique étnica de la peatonal San Martín.
Al fin, por supuesto, vale la pena padecer el miedo a las acechanzas de la rodovia federal BR-470 para acercarse a Camboriú siquiera por unos instantes. Porque, como decía Lope de Vega en su poesía a propósito de las mortificantes y a la vez deliciosas peripecias del amor -formulando simultánea y taimadamente la advertencia y el convite-, quien lo probó, lo sabe.


Gustavo F. Soppelsa, circa febrero del 2000

diumenge, 24 d’agost del 2008

Caída final del guerrero ciego y atroz


“Anacleto Medina nació en las Misiones en 1786. Era un niño cuando ingresó en el famoso cuerpo de Blandengues donde se hizo amigo de José Gervasio Artigas. Fue uno de los hombres de confianza del jefe oriental hasta 1817, en que se le separó disgustado por su papel durante la invasión portuguesa. Pasó a Entre Ríos y se puso al mando del general Francisco Ramírez, quien lo nombró comandante. Aquellas fuerzas harapientas les dieron frecuentes disgustos a los porteños, a punto tal que junto con las tropas santafesinas al mando de Estanislao López los derrotaron completamente en la batalla de Cepeda.
“Después, ambos jefes entraron en conflicto, y el futuro Patriarca de la Federación venció al Holofernes entrerriano en Coronda. Este, aliado con el chileno Carreras, se enfrentó con el cordobés Bustos en Cruz Alta, el 16 de julio de 1821. Días más tarde, Pancho Ramírez chocó en Arroyo Seco con los hombres del coronel Francisco Bedoya. Como siempre, iba a su lado la Delfina, su mujer, intrépida amazona que no vacilaba en vestir chaqueta militar y blandir amenazante la lanza. También lo acompañaba Anacleto Medina.
“El caudillo venía exhausto y en retirada cuando aquellas fuerzas le cortaron el paso. Las enfrentó con arrojo, mas todo fue en vano. Su caballo estaba ileso y lo alejó de las balas. Pero oyó un grito desgarrador: su amada le reclamaba que no la abandonase. Volvió grupas, dio un alarido de furia y se lanzó sobre los enemigos. De pronto, un proyectil que rebotó en un árbol solitario lo hirió en la frente y lo dejó sin vida. Medina no vaciló y con sus lanceros formó un especie de escudo que permitió sacar a la Delfina de aquel campo de desolación y muerte. A costa de matar caballos se internaron en el Chaco y llegaron a Entre Ríos para incorporarse a las fuerzas de Ricardo López Jordán. Mientras tanto, López disponía que la cabeza de su adversario fuese embalsamada y quedara exhibida, para escarmiento, en una jaula. Realizó esa tarea el cirujano Manuel Rodríguez, suegro del gobernador, que cobró por tan macabro trabajo un módico precio.
“La vida de Medina fue en aquellos años tremendos una pelea constante. Estuvo en las guerras del Litoral, participó en la campaña al desierto comandada por Martín Rodríguez, combatió en la guerra del Brasil, estuvo en los enfrentamientos de blancos y colorados, junto a estos últimos, en su patria, y en las campañas contra Rosas en territorio argentino. La crueldad entonces estaba al orden del día: los soldados de Oribe colocaban bajo los jergones de las mujeres cuarteleras, en son de broma, trozos de cuerpos humanos, y los unitarios soñaban, por ejemplo Avelino Balcarce, en cortar las cabezas de sus adversarios ‘como pasto’.
“Sería imposible narrar las aventuras vividas por Medina, ese hombre despiadado. En 1858, pasado a las filas blancas, fue el ejecutor de la tremenda Hecatombe de Quinteros, en la que murieron víctimas de su traición el general César Díaz y otros jefes. Aquel día, dice su biógrafo, Medina manchó para siempre su nombre. Sin embargo siguió empeñado en las duras luchas intestinas del Uruguay y trató sin éxito de oponerse a la invasión que en 1863 realizó, desde la Argentina, Venancio Flores.
“En septiembre de 1870 se halló junto al célebre general guerrillero Timoteo Aparicio y participó en el combate de San Severino, favorable a los blancos, quienes, sin embargo, fueron vencidos poco después en Las Piedras. Casi un año más tarde, Aparicio se enfrentó a las tropas del gobierno en Los Manantiales, departamento de Colonia. Aquel 17 de julio, Medina murió tan bárbaramente como había vivido. Dice Eduardo Acevedo Díaz que se había recomendado al anciano general un ataque por sorpresa sobre las líneas enemigas, pero la carga de caballería no tuvo el vigor de otras veces. Los soldados del general Enrique Castro lograron rehacerse y desbandaron a los revolucionarios blancos. Empeñado en detenerlo ‘el general Medina se negó al pedido de sus oficiales de que se apresurara a ponerse a salvo quedándose a la retaguardia de sus tropas en dispersión. Montaba un caballo de primer orden, considerado de los mejores del ejército como animal de carrera. En su pertinacia, fue sujetando riendas, mientras la caballería contraria, lanzándose a la persecución, bajaba a gran galope la cuchilla, cubriendo materialmente el espacio a su frente con una lluvia de boleadoras.
Una de éstas trabó el caballo de Medina. Cuando esto sucedió, el general se encontraba ya rezagado y solo. Su ceguera senil, que hacía más completo el sombrío panorama de aquella tarde cruda de invierno, contribuyó a su perplejidad para tomar rumbo seguro en trance tan supremo. Liado su caballo, en el acto se arremolinó en su derredor gran número de lanceros enemigos en importante tropel, derribándolo con heridas mortales’. ‘El general Medina -agrega el político e historiador uruguayo- fue sepultado a medio cuerpo, después de haber sido mutilado y desollado de manera minuciosa y concienzuda’. Tenía ochenta y cinco años. (...)”
Miguel Ángel De Marco, “La Patria, los hombres y el coraje. Historias de la Argentina heroica”



dissabte, 23 d’agost del 2008

Bastet



“(...) L’ assassinat d’un gat inclús de manera accidental era una greu ofensa i es podia pagar amb la vida (...)”

"'Sóc una gata vella, i bé prou que ho sé, la sé llarga jo, noi', va dir ella.
Sens dubte’, va dir ell. I va afegir: ‘Però no t'oblidis que, en aquest cas, el gat té tres anys més que tu i la vellesa és un do o una calamitat, segons es miri, que els acompanya als dos. També certament succeeix -va continuar- que les gates siguin sovint més sàvies o més pràctiques, amb independència de la variant de llur edat o d’aquella del gat esmentat. I això només pel fet d’ésser gates i no gats; de vegades aquest simple detall de gènere els abasta per a sobreviure amb felicitat a qualsevol desgràcia que els ofereixin les teulades.’
No va poder miolar d’altres coses perquè el sol es va caure pocs minuts després. La parella de fèlids, ambdós negres, ella i ell, ell i ella, va començar a confondre's amb un mar de gats indistingibles que ondaven sobre els sostres, gats xopats per la penombra i tots parellament negres al mateix temps, d'acord a l'antiga regla lunar segons la qual, a les fosques, tots els gats són negres.”

Enric Aragall Barrau, “Felinesques”, cap. II

“Dijo ella: ‘Soy una gata vieja, y sé lo suficiente acerca de determinadas cosas’
Sin duda’, dijo él. Y agregó: ‘Pero no te olvides de que, en este caso, el gato tiene tres años más que tú y la vejez es un don o una calamidad, según se mire, que los acompaña a los dos. También es verdad -prosiguió- que las gatas suelen ser más sabias o más prácticas, con independencia de la variante de su edad o de la del gato de marras. Y eso sólo por el hecho de ser gatas y no gatos; a veces ese simple detalle de género les alcanza para sobrevivir con felicidad a cualquier desgracia que les deparen los tejados.’
No pudo maullar otras cosas porque el sol se puso a los pocos minutos. La pareja de felinos, ambos pardos, ella y él, él y ella, comenzó a confundirse con un mar de gatos indiscernibles que ondulaban sobre los techos, gatos todos parejamente mojados al mismo tiempo por la penumbra, de acuerdo a la antigua regla lunar según la cual, inevitablemente, de noche, todos los gatos son pardos.”

Eu te amo


Ah, se já perdemos a noção da hora
Se juntos já jogamos tudo fora
Me conta agora como hei de partir

Se, ao te conhecer, dei pra sonhar, fiz tantos desvarios
Rompi com o mundo, queimei meus navios
Me diz pra onde é que inda posso ir

Se nós, nas travessuras das noites eternas
Já confundimos tanto as nossas pernas
Diz com que pernas eu devo seguir

Se entornaste a nossa sorte pelo chão
Se na bagunça do teu coração
Meu sangue errou de veia e se perdeu

Como, se na desordem do armário embutido
Meu paletó enlaça o teu vestido
E o meu sapato inda pisa no teu

Como, se nos amamos feito dois pagãos
Teus seios inda estão nas minhas mãos
Me explica com que cara eu vou sair

Não, acho que estás só fazendo de tonta
Te dei meus olhos pra tomares conta
Agora conta como hei de partir

(Chico Buarque/Tom Jobim)

Ah, si ya perdemos noción de la hora
Si ya dejamos toda el alma fuera
Cuéntame ahora cómo he de partir
Ah, si te he conocido y en un soñar
Me ahogué en mil desvaríos
Me fui del mundo, quemé mis navíos
Dime ahora adónde puedo ir
Si, en las travesuras de noches eternas
Ya confundimos tanto nuestras piernas
Dime las piernas con que debo ir
Si volcaste nuestra suerte a nuestros pies
Si en el tumulto de tu corazón
Mi sangre erró de vena y se perdió
¿Cómo, si en el desorden loco en mi ropero
Mi saco está enlazado a tu vestido
Y mi zapato pisa el tuyo aún?
¿Cómo, si nos amamos hechos dos paganos
Y son tus senos que aún llenan mis manos
podrás tú darme el disfraz para salir?
No, creo que finges mostrándote tonta
Dejé con fe mis ojos por tu cuenta
Cuéntame ahora cómo he de partir




divendres, 22 d’agost del 2008

De Gaulle i una forma de la immortalitat


El 26 d'agost del 1945, De Gaulle va voler mostrar a la França tots els carros i canons de la seva Segona Divisió Blindada: desitjava que el poble de París -i especialment els comunistes- advertís qui posseïa el poder de foc.

Abans de començar la desfilada, De Gaulle va dipositar una corona de gladiols davant la Tomba del Soldat Desconegut. Després, es va dirigir devers els carros i vehicles alineats a les proximitats de L’Étoile per a passar revista. Una vegada que ho va fer, va retornar en direcció a l'Arc de Triomf: els parisencs s'amuntegaven per a ovacionar-lo a plens pulmons. Els carros van començar la desfilada; a l’esquena de De Gaulle es trobaven els líders de la Resistència, i els generals i caps del nou Exercito francès: Koenig, Leclerc, Juin, etc. De Gaulle es va fer la volta i els va ordenar:
“Senyors, un pas darrere de mi!”
Així, a peu, i mostrant-se al capdavant dels seus oficials, De Gaulle va iniciar la marxa triomfal. Quan la comitiva va arribar a la Plaça de la Concòrdia, va sonar un tir com si fos un avís, i llavors va sobrevenir una pluja de trets. Enfront la mirada atònita dels presents, De Gaulle, que mesurava gairebé dos metres d'altura, va continuar caminant dret i sol, i va travessar la Plaça.

dimecres, 20 d’agost del 2008

De Gaulle y una forma de la inmortalidad

El 26 de agosto de 1945, De Gaulle quiso mostrar a Francia todos los carros y cañones de su 2ª División Blindada: deseaba que el pueblo de París -y en especial los comunistas- advirtiera quién detentaba el poder de fuego.Antes de empezar el desfile, De Gaulle depositó una corona de gladiolos ante la Tumba del Soldado Desconocido. Después, se dirigió hacia los carros y vehículos alineados en las cercanías de L´Étoile para pasar revista. Una vez que lo hizo, retornó hacia el Arco de Triunfo: los parisinos se amontonaban para ovacionarlo a todo pulmón. Los carros comenzaron el desfile; a espaldas de De Gaulle se encontraban los líderes de la Resistencia, y los generales y jefes del nuevo Ejercito francés: Koenig, Leclerc, Juin, etc. De Gaulle se dio vuelta y les ordenó:

“Señores, ¡un paso detrás de mí!”

Así, a pie, y mostrándose al frente de sus oficiales, De Gaulle inició la marcha triunfal. Cuando la comitiva llegó a la Plaza de la Concordia, sonó un tiro como si fuera una señal, y entonces sobrevino una lluvia de disparos. Ante la mirada atónita de los presentes, De Gaulle, que medía casi dos metros de altura, continuó caminando, solo y erguido, y atravesó la Plaza.

dilluns, 18 d’agost del 2008

CLÒDIA. Matrona impúdica



“Era filla d’Api Claudi Pulcre, cònsol. A curta edat ja es distingia dels seus germans i germanes per la lluentor flagrant de la seva mirada. Tèrcia, la major, no va trigar en casar-se; la menor va cedir completament als seus capritxos. Els seus germans, Api i Caius, manifestaven ja llur avarícia amb les granotes de cuir i els carrets de nou que els regalaven; més endavant es revelaria llur avidesa pels sestercis. Però Clodi, bell i femení, va ésser company de les seves germanes. Clódia les persuadia, amb mirades ardents, que el vestissin amb una túnica amb mànigues i un gorret de fils daurats. Després li cenyien un cinturó molt flexible davall el pit, el cobrien amb un vel color de foc i l'hi duien als petits dormitoris perquè es fiqués al llit amb les tres. Clòdia va ésser la seva preferida, però també va obtenir la virginitat de la Tèrcia i de la menor.

“Quan Clòdia va arribar als divuit anys va morir el seu pare. Clòdia va seguir vivint a la casa del Munti Palatí. Api, el seu germà, va administrar doncs la propietat, mentre Caius es preparava per a la vida pública. Clodi, sempre delicat i imberbe, dormia entre les seves germanes. Van començar a anar en secret als banys amb ell. Donaven un quadrant als grans esclaus qu'els feien massatges i després en recuperaven. En llur presència, Clodi era tractat como les seves germanes. Tales van ésser els seus plaers abans del matrimoni.

“La més jove es va casar amb Lucul•le, que la va dur a Àsia, on estava en guerra amb Mitridats. Clòdia va triar per marit al seu cosí Metel, home honest però prou babau; en aquesta època de confusió va mantenir una actitud conservadora i limitada. Clòdia no podia suportar la seva rústica brutalitat. Somiava ja amb novetats pel seu estimat Clodi. Cèsar començava a exercir la seva influència. Clòdia va pensar que calia eliminar-lo. Va aconseguir convidar a Ciceró per mitjà de Pomponi Átic. A la seva casa anava gent burleta i galant. Al costat d'ella d’habitud es trobava a Licini Calvi, al jove Curió, sobrenomenat “la noieta", a Sexti Clodi que jugava el paper d’alcavot, a Egnaci i al seu grup, a Catul de Verona i a Celi Ruf, que estava enamorat d'ella. En Metel, apoltronat al seu seient, no deia paraula. Es contaven escàndols sobre Cèsar i Mamurra. Després Metel va ésser elegit procònsol i va partir a la Gàl•lia Cisalpina. Clòdia va restar sola a Roma amb la seva encunyada Múcia. Ciceró va caure sota l'encís dels seus grans ulls ardents. Va pensar en repudiar a Terència, la seva dona, i va suposar que Clòdia abandonaria a Metel. Però Terència va descobrir tot i va aterrir al seu marit. Ciceró, atemorit, va renunciar als seus desitjos. Terència va exigir encara més, i Ciceró va haver de trencar amb Clodi.

“El germà de Clòdia, a pesar d’allò, tenia de què ocupar-se. Feia l'amor amb Pompeia, dona de Cèsar. La nit de la festa de la Bona Deessa només podia hi haver dones a casa de Cèsar, que era pretor. Pompeia oferia sola el sacrifici. Clodi va disfressar-se de tocadora de citara, com de costum el vestia la seva germana, i va entrar a casa de Pompeia. Una esclava va reconèixer-lo. La mare de Pompeia va donar l'alarma i l'escàndol es va fer públic. Clodi va voler defensar-se i va jurar que durant aquesta ocasió havia estat a casa de Ciceró; la Terència va obligar al seu marit a negar-lo: Ciceró va declarar contra Clodi.

“Des de llavors Clodi va perdre el suport dels nobles. La seva germana acabava de complir trenta anys i se la veia més apassionada que mai. Va ocórrer-se-li que Clodi havia d’ésser adoptat per un plebeu, a fi que arribés a ésser tribú del poble. Metel, que havia regressat, va endevinar els seus plans i va fer burla d'ella. En aquest temps, quan ja no tenia a Clodi entre els seus braços, es deixava estimar per Catul. Metel, el marit, li resultava odiós. La seva esposa va resoldre desfer-se d'ell. Un dia, quan va tornar cansat del Senat, va oferir-li de beure. Metel va caure mort a l'atri. Clòdia des d’aquell moment seria lliure. Va deixar la casa del seu marit i no va trigar en tancar-se amb Clodi al Munti Palatí. La seva germana va escapolir-se de la casa de Lucul•le i es va anar a viure amb ells. Els tres van reprendre llur vida en comú i van exercitar llur odi.

“Al principi, Clodi, convertit en plebeu, va ésser designat tribú del poble. Malgrat la seva gràcia femenina, tenia una veu forta i mordaç. Va aconseguir que Ciceró degués exiliar-se; va fer arrasar la casa d'aquest davant els seus propis ulls, i va jurar ruïna i mort per a tots els seus amics. En Cèsar, que era procònsol a la Gàl•lia, no va poder fer gens. No obstant això, Ciceró va obtenir, gràcies a Pompeu, algunes influències i va assolir que tornessin a cridar-lo l'any següent. El furor del jove tribú va ésser desmesurat. Va atacar violentament a Miló, amic de Ciceró, que començava a pretendre el consulat. El va esperar a l’aguait una nit i va intentar matar-lo, enderrocant als seus esclaus que portaven torxes. El favor popular de Clodi va disminuir. Cantaven tornades obscenes sobre Clòdia i Clodi; en Ciceró els va denunciar durant un discurs violent en el qual senyalava a Clòdia com Medea i com Clitemnestra. La còlera del germà i de la germana va acabar per esclatar. Clodi va voler incendiar la casa de Miló i uns esclaus que estaven de guàrdia el van matar en les tenebres.

“Clòdia va caure en la desesperació. Havia triat i rebutjat a Catul; després a Celi Ruf, després a Egnaci, els amics del qual l'havien duta a les tavernes de pitjor fama. Però ella tan sols s’estimava al seu germà Clodi. Per ell va enverinar al seu marit. Per ell va atreure i va seduir les colles de incendiaris. Amb la mort de Clodi la seva vida va restar mancada d'objecte. Però era encara bella i ardent. Tenia una casa de camp en el camí vers Òstia, i jardins al costat del Tíber, a Baies. Allí va refugiar-se. Va tractar de distreure's ballant lasciviosament amb dones. No va ésser suficient. Vivia obsessionada amb els estupres de Clodi a qui continuava veient femení i imberbe. Recordava que antany uns pirates de Cilícia li havien raptat i havien abusat del seu tendre cos. També tornava a la seva memòria certa taverna on havien estat tot dos. La seva entrada estava enterament ensutjada de carbó, i els homes que allí bevien feien una olor forta i deixaven veure llur borrissol als pits.

“Aleshores, Roma va tornar a interessar-li novament. De primer, va caminar de nit per cruïlles i carrerets. La fulgurant insolència dels seus ulls seguia essent la mateixa. Gens no podia apagar-la. Ho va intentar tot, fins l’extrem de rebre la pluja a la intempèrie i d’adormir-se en el fang. Anava des dels banys a les cel•les de pedra. Va conèixer els soterranis on els esclaus jugaven als daus i els tuguris on s'emborratxaven cuiners i cotxers. Esperava als transeünts als carrers pavimentats i va perir de matinada, desprès d’una nit sufocant, a causa de l'estrany retorn d'un hàbit qu'ella abans en havia practicat. Un bataner li havia pagat un quadrant, i al crepuscle de l’alba va aguaitar-la en l'albereda per a recuperar-ne i escanyar-la. Tot seguit va llançar el seu cadàver, amb els grans ulls oberts, a les aigües grogues del Tíber.”

Marcel Schwob, "Vides imaginàries"





dissabte, 16 d’agost del 2008

EMPÈDOCLES. Suposat déu


"Ningú coneix el seu origen ni com va arribar a la terra. Va aparèixer al costat de les ribes daurades del riu Acragàs, a la bella ciutat d’Agrigent, poc després que en Xerxes fes assotar al mar amb cadenes. La tradició conta tan sols que el seu avi es deia en Empèdocles: ningú va conèixer-lo. D’això es desprèn, evidentment, que era fill de si mateix, tal com correspon a un déu. Però els seus deixebles asseguren que abans que recorregués gloriosament la campinya de Sicília havia viscut quatre vegades al món, i que havia estat planta, peix, moixó i donzella. Es vestia amb un mantell porpra damunt el qual queien els seus llargs cabells, una banda d’or li cenyia el cap, calçava sandàlies de bronze i jugava amb garlandes trenades en llana i en llorer.
Pel contacte de les seves mans guaria als malalts i recitava versos a la manera homèrica, amb pompós accent, damunt un carro i mirant al cel. La munió el seguia i es prosternava davant d'ell per a escoltar els seus poemes. Sota el cel pur que il•lumina els bladars, de tot arreu venien, per a veure a Empèdocles, els homes amb els braços carregats d'ofrenes. Empèdocles els deixava embadalits quan els cantava el sostre diví, fet de cristall, la massa de foc que en diuen sol, i l'amor que tot ho conté, com una vasta esfera.
Tots els éssers, deia, no són més que trossos despresos d'aquesta esfera d'amor on l'odi s'insinua. I allò que en diuen amor és desig d'unir-nos i fondre'ns i confondre'ns, com ho estàvem abans, dins el si del déu globular que la discòrdia va trencar. Invocava el dia que l'esfera divina hauria d'inflar-se, després que les ànimes haguessin passat per totes les transformacions. Doncs el món que coneixem és obra de l'odi, i la seva dissolució serà obra de l'amor. Així cantava a través de les ciutats i els camps, mentre les seves sandàlies de bronze fetes arribar de Lacònia ressonaven en els seus peus, i davant ell sonaven címbals. Mentrestant, de la boca de l'Etna sorgia una columna de fum negre que tirava la seva ombra sobre Sicília.
Semblant a un rei del cel, en Empèdocles caminava embolicat en porpra i cenyit en or, mentre els pitagòrics portaven primes túniques de lli i sabates fetes de papir. Deien que sabia fer desaparèixer les lleganyes, dissoldre els tumors i aplacar els dolors de les extremitats. Li suplicaven que acabés amb les pluges o els huracans. A un cercle de turons ell va conjurar les tempestes; a Selinunte va expulsar la febre desviant dos rius en el llit d'un tercer, i els habitants de Selinunte van adorar-lo i van edificar-li un temple i van encunyar medalles en les quals la seva efígie es confrontava amb l'efígie d'Apolo.
D'altres pretenen que va ésser endeví, instruït pels mags de Pèrsia, i que dominava la nigromància i la ciència de les herbes que fan embogir. Un dia quan sopava a casa d'Anquitos, un home furiós es va precipitar dins la sala, brandint una espasa. En Empèdocles va posar-se dempeus, va estendre un braç i va cantar els versos d'Homer sobre la nephentes que provoca insensibilitat. De seguida la força de la nephentes va dominar al furiós, que va restar immòbil, amb l'espasa aixecada com si hagués begut la dolça metzina barrejada amb el vi escumós d'una cratera.
Els malalts deixaven les ciutats per a buscar-lo, i l'envoltava una multitud de miserables, als quals van afegir-se dones, que li besaven les vores del seu preciós mantell. Una d'elles es deia Panthea, filla d'un noble d'Agrigent. Estava destinada a Artemísia, però va fugir lluny de la freda estàtua de la deessa i va consagrar la seva virginitat a Empèdocles. Ningú no va veure signes d'amor, car en Empèdocles preservava una insensibilitat divina. Proferia les seves paraules en metre èpic i en dialecte joni, si bé que el poble i els seus fidels només es valien del dori. Tots els seus gests eren sagrats. Quan s'apropava als homes era per a beneir-los o per a guarir-los.
Gairebé sempre romania en silenci. Ningú d'aquells que el seguien no va arribar a sorprendre'l adormit. Se'l va veure sempre majestuós.
Panthea es vestia en llana fina i en or. Arreglava els seus cabells segons l'estil magnífic d'Agrigent, on la vida transcorria ociosament. Un cosset vermell li sostenia els pits i la sola de les seves sandàlies era perfumada. Fora d'això, era bonica i molt alta, i de color molt desitjable. Resulta impossible afirmar que en Empèdocles se l'estimés, però va tenir pietat d'ella. En efecte, el vent d'Àsia va engendrar la pesta als camps sicilians. Molts homes van ésser assolits pels negres dits de la pesta. Fins i tot els cadàvers de les bèsties cobrien els límits de les prades, i es veien ovelles escorxades, mortes amb el morro obert cap al cel i les costelles a l'aire.
I Panthea va llanguir a causa d'aquesta malaltia. Va desplomar-se tot just davant en Empèdocles i va deixar de respirar. Aquells que l'envoltaven van sostenir el seu cos rígid i el van banyar en vi i aromes. Van treure el cosset vermell que estrenyia els seus pits joves i van embolicar-la amb benes i van subjectar-li la boca entreoberta amb una corda: els seus ulls enfonsats ja no veien la llum.
En Empèdocles va mirar-la, va deslligar-se la banda d'or que li cenyia el front i en va imposar a la noia. Damunt els pits va col•locar-li la garlanda de llorer profètic, va cantar versos desconeguts sobre la migració de les ànimes i tres vegades va ordenar-li aixecar-se i caminar. La multitud estava terroritzada. A la tercera crida Panthea va sortir del regne de les ombres, i el seu cos es va animar i va alçar-se descansant sobre els seus peus, embolicat amb les benes funeràries. I la gent del poble va comprovar que en Empèdocles sabia invocar els morts.
Com en els misteris, els heralds van proclamar el silenci solemne. Sobtadament, a la tercera vigília, les torxes van apagar-se i la nit va envoltar als adoradors. Va sentir-se una veu forta que va exclamar: 'Empèdocles!'. I quan va fer-se la llum, en Empèdocles havia desaparegut. Ningú no va tornar a ver-lo. Un esclau va contar ple d'espant qu’havia vist un dard vermell solcant les tenebres cap al cim de l'Etna. Els fidels van enfilar-se costa amunt el flanc estèril de la muntanya sota la trista llum de l'alba. El cràter del volcà vomitava un feix de flames. Dalt, a la coberta porósa i ardent de lava, qu’era com la d’un aljub i circundava l'abisme, va trobar-se una sandàlia de bronze retorçada pel foc."
Marcel Schwob, “ Vides imaginàries”

divendres, 15 d’agost del 2008

Celestino Corbacho internado por un pico hipertensivo: la prensa detecta un inmigrante honrado

Vid: http://lamiradadelmediador.blogspot.com/2008/08/un-inmigrante-que-vende-pauelos-entrega.html

Interesante. De lo cual se sigue que este hombre no tiene ningún mérito de acuerdo a la "doctrina Corbacho". Si es que como dice el celeste Celestino sólo se admite que los que dicten las reglas de la Augusta España sean los primeros del padrón, el nigeriano no ha hecho más que respetar el derecho de propiedad que los linajudos antepasados del ministro de Inmigración han consagrado, y a callar tanta bambolla periodística, que ya el mundo le pone cascabeles a cualquier cosa. Me imagino, sin ninguna duda, que un educado (y no obligado, ¡pero por favor, qué me dice Ud.!) y genuino vecino de Albacete hubiera hecho exactamente lo mismo que el obediente africano. No sé por qué lado se le viene encima a la gente tanto asombro. ¿Quién se hubiera atrevido a desoír las reglas de los primeros empadronados? No un inmigrante, desde ya. Quizá un empadronado viejo, pero no uno nuevo. Que hay que ponerse a pensar en lo peligroso que se está volviendo esto: si el que dicta la ley, tal vez un vallisoletano de pura cepa, se me hace el anarquista y abuele la propiedad de un zarpazo, y se guarda los euros, ya me diréis en qué estación soviética vamos a parar el tren de alta velocidad de la historia. Así que propongo que en las iglesias de España se eleven preces para que de aquí en adelante todas las billeteras perdidas sean encontradas por quienes están obligados a someterse a la ley y a las Partidas de Alfonso el Sabio y no pueden mocionar para que sean cambiadas. Que, si la billetera la encuentra un zapatero nativo de Burgos, ya nos imaginamos en qué lugar podría estar depositada hoy, con esto de estar asistido por el derecho de hacer la ley como uno quiere por haber tocado primero que todos el suelo peninsular con el culo al nacer en España, hecho fantástico que tanto placer les proporciona a los limpios y puros de rampantes hemoglobinas godas y a Celestino Corbacho, pluga al Apóstol Santiago por muchos años nos guíe por la recta Gran Vía.

dimecres, 13 d’agost del 2008

Balance


Hoy, a poco de alcanzar las dos décadas de mi primer cuarto de siglo, realicé un repaso de ese lapso. Apareció ese “tema” en mi cabeza. Créanme: sólo apareció. Sin duda apareció porque, hace veinte años, por algunas circunstancias con las que no aburriré, mi vida era, en cierto modo, una tabula rasa. No lo era en el sentido de carecer de “antecedentes”, que ya se tienen algunos a los veinticinco años, sino porque el porvenir se me presentaba entonces “en blanco”, sin previsiones de ninguna naturaleza.
Por eso, algunas cosas que durante estos veinte años, posteriores a aquella pizarra virgen, me ocurrieron, de pronto se me presentan, no diré como “asombrosas”, ya que eso suena a mala (auto) biografía apologética o hagiografía, aunque sí como bastante… inesperadas.
Desde ese punto de vista, y aclarado que ha sido que no me he andado en meditaciones raras sobre el origen del Ser y el Infinito, la Inmortalidad del Loto, ni nada por el estilo por fuerza de mi cumpleaños, debo rechazar también el concepto de “balance” que se me ha pedido. Eso me lo pide el Fisco cada tanto, y así va mi relación con el Fisco…
Encuentro como poco adecuada la noción de “balance” para una meditación sobre la vida. Los balances hablan, hasta donde mi escaso conocimiento de la contabilidad alcanza, de montos que se intercambian, de equilibrios, de lo que se sacó y se puso, o se invirtió y se perdió, o se ganó. Y el balance, además, tiene reglas. Tiene una preceptiva previa que indica por qué, cuándo y cómo el balance, valga la redundancia, debe ser considerado positivo o negativo, o sea si el balance puede otorgar un diagnóstico de éxito o fracaso, que a eso vamos cuando andamos “balanceando” en una empresa económica.
La diferencia, pues, es tajante, a mi criterio: nada más alejado de una preceptiva de manual que la vida, que las decisiones de la vida. Nada más distante de los afanes y azares de la vida que la noción de entradas y salidas que nutre un proceso contable que puede ser sometido a balance.
¿Los actos de la vida son para ganar o perder? No lo sé. Son para vivir, eso seguro. ¿Tiene la vida que ver con ganar o perder? No lo sé. ¿Perder o ganar qué? No sé con exactitud tampoco responder esto. Y aquí me viene a la mente aquello que decía Dn. Fernando Savater sobre la famosa pregunta acerca de si tiene sentido o no la vida. Como él afirmaba algo chistosamente, ésta es una pregunta más adecuada para un feto que para un hombre. Ya estamos aquí, así que como dice el refrán, “una vez en el baile, hay que bailar”.
No me gusta la palabra “balance” para estas reflexiones. Porque, al fin, si esto fuera un balance, podríamos hacer lo que con cierta facilidad se hace en Economía, que es reducir los cálculos a moneda constante: si Gustavo invirtió X en 1996, esto quiere decir que en moneda constante llevó a cabo un dispendio Y que hoy debería redundar en Z. Eso, me temo, no se puede consumar como operación quirúrgica “sobre la vida”. No hay una “moneda constante” para “toda la vida”. El valor de hoy es el de hoy, y poco puede tener que ver con el de entonces, y no hay fórmula para validaciones perennes. El “valor” existencial de 1996 jamás será reductible al de este miércoles 13 de agosto de 2008, y por tanto la tentativa es fallida: no se puede calcular, ya se sabe, con sumas y restas comunes a cuanto asciende el total de manzanas que queda en un cajón si a ellas les agrego peras y tomates. O sí. Quizá el ejemplo, por el absurdo en relación al concepto de balance valga la pena: tal vez podemos apuntar que, exactamente, sabemos cuántas manzanas hay, y son las que jamás nunca podrán adicionarse a las peras y a los tomates. Lo cual no sería poco en términos de sabiduría, pero para un “balance”… qué va.
La vida carece de manuales para que nos sea posible redactar epílogos a los que se les agregan balances basados en métodos con reglas. La vida humana no tiene reglas, precisamente por ser humana. Si el hombre es por definición, y es la que me gusta de todas ellas, el animal simbólico, no menos podría decirse que es también el animal sin reglas. Aquello que decía el filósofo existencialista de que el tigre siempre es el primer tigre… al contrario del hombre. Totalmente verdadero, sí. El tigre tiene reglas. Desde el primer tigre hasta ahora, los infinitos tigres serán siempre el modelo regulado del primer tigre. Sin libertad de alterarse. El tigre siempre es el primer tigre, y el último tigre será sin cambios su antepasado más remoto.
¿La libertad? ¿Existe nuestra libertad? No seré yo cuando falta menos de una hora para entrar en la honorable vejez de mis cuarenta y cinco años el destinado a deslumbrar a Oriente y Occidente con un descubrimiento de tal fuste: ya Kant la definió como un noúmeno, del que no podemos hablar razonablemente. Sí sé que, aun en la estrechez del margen de la “situación”, cuando esa situación no es pura fuerza irresistible que nos levanta en vilo, y, seguramente, con más frecuencia de lo que nos gusta admitir, hay un número, a veces reducido sí, de senderos alternativos entre los cuales escoger. La elección, hay que reconocerlo, de esos caminos a menudo tiene poco de “libre”: quién sabe cuántas cosas nos llevan los pies en una dirección u otra. Pero, incluso así, incluso a despecho de que se vislumbre en “las situaciones” de la vida una especie de resucitada Providencia, imagino que resta todavía un margen utilizable para que uno se dé el gusto de ser quien es.
Inútil debatir en nuestro interior sobre la amplitud de los márgenes pasados, y cuanto debimos medirlos y medirnos a los fines de buscarles la moneda constante de referencia para, en nuestro hoy, saber qué provecho (o derroche) nos trae aparejado un “balance” actual y admonitorio de coste-beneficio.
Sugiero para mí, porque no dicto lecciones en este terreno, sólo mirar. Mirar hacia atrás, porque hay que recordarse, hay que saber de uno, luego mirarme hoy y, sobre todo, intuirme cómo seré mañana para volver a realizar, como desde hace ya cuatro décadas y media, un imposible intento de mantener constante el valor de la moneda de los actos de mi vida al menos por una semana, y si me alcanzan las fuerzas y el discernimiento y la pasión, y la capacidad de algunos órganos más nobles y menos nombrables, también por algunos años de modo que a la precaria y económica estructura de mi ser se le dé por concluir en tiempos en que me atenacen necesidades de “balances” que, para simpatía del mundo, me encuentro en un ciclo de vacas gordas, y mis acciones cotizan en alza. Aunque ya se sabe lo de Wall Street de 1929. Continuará.
Gustavo F. Soppelsa, 11:43 p. m., hora del Septentrión

dimarts, 12 d’agost del 2008

Ni més ni menys que un Paradís


“El goig, etern o temporal, no és el premi que cerca l'home en el Cel. No ho diré a alta veu, perquè una creença predilecta de l'home consisteix a la seva inclinació cap aquesta felicitat, que ell en imagina, d’un més enllà del quotidià, i que invariablement en menysprea; per aquesta raó, per la seva valuosa comoditat, li convé creure en una felicitat ulterior: no ha de detenir-se i provar-la veritablement; doncs pot lliurar-se a l'aspra i amarga tasca que en alegra el seu cor a la Terra i no obstant això pot encantar-se amb aquest conte de fades d'una eterna reunió social i gaudir de la fantasia que ell, al mateix temps, és ell i és un altre, i que es reunirà amb els seus amics, tots planxats i castrats, però amables -com si l'amor no s'alimentés dels defectes de la persona estimada.”

R. L. Stevenson, Letters III, 2 de gener del 1886


Aquarela


Um menino caminha e caminhando chega no muro
E ali logo em frente a esperar pela gente o futuro está
E o futuro é uma astronave
Que tentamos pilotar
Não tem tempo nem piedade
Nem tem hora de chegar
Sem pedir licença muda nossa vida
E depois convida a rir ou chorar
Nessa estrada não nos cabe
Conhecer ou ver o que virá
O fim dela ninguém sabe
Conhecer ou ver o que virá
O fim dela ninguém sabe
Bem ao certo onde vai dar
Vamos todos numa linda passarela
De uma aquarela que um dia enfim
Descolorirá

Un pequeño camina, caminando llega hasta el muro
Y después allí enfrente, esperándonos, el futuro está
Y el futuro es una nave
Que intentamos pilotear
No da tiempo, ni es piadosa
Ni tiene hora de llegar
Sin permiso cambia nuestra vida
Y después convida a reír o llorar
En esa ruta no nos cabe
Conocer o ver lo que vendrá
Nadie sabe cuándo se arriba

ni conoce o ve lo qué vendrá
Ni, tampoco, hay certeza adónde va a parar

Vamos todos en una linda pasarela
De una acuarela que un día en fin
Se decolorará



diumenge, 10 d’agost del 2008

Els bons per suborn



"M'he alliberat de la subornació del cel. Complim l'obra de Déu per ella mateixa; l'obra per a l'execució de la qual ens va crear, perquè només poden executar-la homes i dones vivents. Quan em mori, que el deutor sigui Déu i no jo.”
Los buenos de pago
“Me he librado del soborno del cielo. Cumplamos la obra de Dios por ella misma; la obra para cuya ejecución nos creó, porque sólo pueden ejecutarla hombres y mujeres vivientes. Cuando me muera, que el deudor sea Dios y no yo.”
Bernard Shaw, “Major Barbara” (1905)

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, “Llibre del cel i de l’infer”

dissabte, 9 d’agost del 2008

Torxa i càntir



“Sant Lluís el Rei va enviar a Ivo, bisbe de Chartres, en ambaixada, i aquest li va referir que pel camí va trobar una matrona greu i airosa, amb una torxa en una mà i un càntir en l'altra; i en donant-se que el seu aspecte era malenconiós, religiós i fantàstic, va preguntar-li què significaven aquests símbols i què es proposava fer amb el seu foc i la seva aigua. Va respondre: L'aigua és per a apagar l'Infern; el foc, per a incendiar el Paradís. Vull que els homes estimin a Déu per l'amor de Déu.”

Antorcha y cántaro
“San Luis el Rey mandó a Ivo, obispo de Chartres, en embajada, y éste le refirió que en el camino encontró a una matrona grave y airosa, con una antorcha en una mano y un cántaro en la otra; y notando que su aspecto era melancólico, religioso y fantástico, le preguntó qué significaban esos símbolos y qué se proponía hacer con su fuego y su agua. Replicó: El agua es para apagar el Infierno; el fuego, para incendiar el Paraíso. Quiero que los hombres amen a Dios por el amor de Dios.”


Jeremy Taylor (1613-1667)

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, “Llibre del cel i de l'infern”

dijous, 7 d’agost del 2008

El alma que gozó a hurtadillas



"Sarmiento odiaba a España como sólo un español puede odiarla" (Miguel de Unamuno)


Nadie que ame el idioma puede dejar de envidiar el balance exacto que la pluma de aquel hombre deslizó sobre su vida: ególatra feroz porque no había para él otro destino desde que era admirable, quemándose siempre en la palabra, despiadado en la puja donde fuera, harto hasta el cansancio de la estupidez que ahogaba y ahoga aún hoy al mundo, siempre acechado por la envidia y los laureles patricios que no le perdonaban su origen, dejó gotear la sangre caliente de sus heridas con tanta altivez como delicadeza hacia su propio dolor en estas líneas que son obra maestra del castellano.



Ya entrado en años, Sarmiento apuntó en un álbum familiar estos recuerdos: “Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía de mi Patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo todo lo que creí bueno, y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado en la Tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido con la estimación de muchos de los grandes hombres de la Tierra; he escrito algo bueno entre tanto indiferente; y sin fortuna que nunca codicié, porque era bagaje para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millones en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas sus instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubiertos de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, de que yo gocé sólo a hurtadillas.”










dimecres, 6 d’agost del 2008

Digo el Mate


Esta poesía, de uno de los más grandes poetas argentinos de todos los tiempos, es también una de las más hermosas poesías, seguramente, escritas en la historia de toda la literatura universal. No sólo es perfectamente bella, sino tiene el extraño don de ser exactamente verdadera. Para quien no conoce el valor del mate, quiero decir, su significado cultural absolutamente vigente, y no su presunta condición de parodia folklórica como tantas otras que se ofrecen a lo largo de todos los destinos turísticos de la Tierra, tratar de comprender este texto es fundamental. Tratar de comprenderlo y sentirlo. Cuando se llega a ese punto, cuando se inicia la comprensión de las razones del poeta, se comienza a dejar de ver el exotismo, si alguien es extranjero, y empieza a percibirse el raro alcance de esta forma de sociabilidad. Sociabilidad tan particular y paradójica que al destino de un acto, de una ceremonia por esencia comunitaria une un regusto, cuando cabe, de aislamiento del mundo, en quien, eventualmente, toma mate a solas.
Porque sábado es hoy y la mañana
Como una fruta desde el tala cae,
Y soy joven y sano, y me navegan
Tradiciones y música la sangre,
Quiero ser otra vez, entre vosotros
Para decir y celebrar el Mate.
De Guarania nos vino con la Yerba
Que resume fragancias tropicales,
Y ese barro de América que un día
Vio que llegaban sigilosas naves,
Con cadenas, y perros y arcabuces,
Y duras voces vulnerando el aire;
Verde Yerba de América, sembrada
Por quien hizo los ríos y las aves,
Y tendió la llanura hacia naciente,
Y hacia poniente levantó los Andes,
Y la Coca sembró para los Quichuas,
Y el Algarrobo para pan del Huarpe.
Yo era niño -recuerdo- y la primera
Memoria verde se remonta al Mate,
En mi casa de Merlo, donde el día
Comenzaba a girar cuando mi Madre
Sorprendía el hervor de la tetera
Entre volutas de vapor quemante:
Y era luego la lenta ceremonia,
Vieja suma de gestos y ademanes,
Aquel ir y venir de la cuchara,
La visión del azúcar, el fragante
Esplendor de la Yerba, la bombilla
Con doradas virolas y espirales,
Y el porongo de plata que tenía
Curva de seno adolescente y grácil,
Y cobraba, de premio, en la penumbra
Nítida luz de religioso cáliz;
Ubre dulce me fue, mi vino verde,
Mi pan primero, mi nodriza amante.
Yo recuerdo sus íntimos sabores,
Y también sus diversas variedades:
Dulce Mate del alba que se bebe
Morosamente al emprender un viaje,
En la puerta de casa mientras miro
Entre neblinas despertar el valle;
Y aquel Mate primero del retorno
Por la sombra con grillos de la tarde,
Que nos vuelve liviana la fatiga
Sobre los hombros como un ala de ave;
Y ese Mate que beben los troperos
Cuando regresan de Salinas Grandes;
Y aquel Mate nocturno que me diera
Una muchacha cuya boca suave
Daba un beso primero a la bombilla
Como manera de poder besarme;
Y aquel Mate gustado en la cocina,
Escuchando al anciano Magallanes,
Dibujar sobre el humo las historias
Del Niño Ladino y de Urdemales;
Y aquel Mate que sabe a beramota
Y el que guarda memoria del husillo;
Y el que a mastuerzo y mejorana sabe;
Y el que una gota de aguardiente trae;
Y ese Mate gustado en la penumbra
Que conforman higueras y nogales,
Mientras crece la siesta, y la cigarra
El masculino corazón me tañe;
Y aquel Mate de bodas, con su gusto
A rama nueva, a porvenir, a encaje;
Y ese Mate bebido en Carolina
Y el que bebí en la Sierra El Gigante;
Y el que un día me dieron en Trapiche;
Y el que supe gustar en Rumi-Huasi;
Y aquel fúnebre Mate que bebimos
En el velorio de Adelaida Chávez,
Lamentando su muerte y admirando
Su juventud de porcelana frágil...
Pueblo somos por Él; desde centurias
Su costumbre nos forma, como sabe
Modelar un cacharro el alfarero
Con la destreza de su mano suave;
Él nos dio, generoso, las virtudes
Que entrelazan raíces esenciales
En el nudo del ser, y nos perfilan
Un idéntico rostro innumerable;
Porque en Él se juntaba la Familia,
Como el agua diversa sobre el cauce,
Y al juntarse quebraba el egoísmo,
El monólogo torpe, las cobardes
Galerías del odio, y frutecía
Sobre mazorcas de granar afable;
Y nos fue profesor de democracia,
A pesar de los hierros coloniales,
Porque supo igualar a la bombilla
La sed del Hijo con la sed del Padre,
El dolor de la criada y la señora,
La hartura del rico con el hambre
Milenaria del pobre, de tal modo,
Que supimos medir en lo que vale
La celeste razón que nos convierte
En ciudadanos civilmente iguales.
Y por qué no decir las Cebadoras,
Que vestidas de sedas o percales,
O calzadas de tímida alpargata,
O con zapatos de charol brillante,
Bajo el sol y la luna de la Vida
Supieron darme los mejores mates;
Viejas eran algunas, con el rostro
A corteza del molle semejante,
Lindas eran algunas, otras feas,
Desgarbadas, coquetas, elegantes,
Con cabello retinto como el ala
Voladora de tordos y zorzales,
O teñido por leve plenilunio,
O lo mismo que sombra de trigales,
Pero en todas igual se prodigaba
La gracia criolla como miel amable.
Sólo nombres conservo, como guarda
De las flores su olor el caminante:
Doña Mercho Cornejo, Lola López,
Francisca Cuello, Evangelina Páez,
Reginalda Lucero, Pancha Orozco,
Adelina Yanzón, Rosario Báez,
Clara Chiringo, Petronila Gómez,
Minerva Leyes -prima de mi padre-,
Doña Delia Baigorria, Doña Isaura,
Sara Bedoya, Encarnación Morales,
Y una anónima joven de Punilla,
Y la por siempre recordada Carmen.
¿Por donde andarán ahora que las digo,
y las vuelvo una esencia para el Arte?
¿Cuál cocina gobiernan? ¿Qué alacena
acomodan y limpian? ¿Qué zaguanes
las contemplan barrer por la mañana
con las escobas de pichana? ¿Cuáles
los arcones que ordenan en domingo?
¿Qué chirigua las oye entre los sauces?
¿Dónde sueñan, o lloran? ¿Dónde ríen?
¿Bajo cuál piedra con su nombre yacen?
De repente me callo porque siento
Una voz que me nombra, y, acercarse,
Sobre un tímido andar y una mirada,
Cálido, y dulce, y nacional, el Mate...
Antonio Esteban AGÜERO

dilluns, 4 d’agost del 2008

Malditos inmigrantes

Montblanc, Tarragona, 1938, foto de Robert Capa

Por Gustavo González (*)

“Ella nació en San Pelayo. Él en Villarquille. Fueron campesinos (él, también minero), hasta que un día Asturias les dijo que no esperaran mañana lo que no les había dado ayer. Y los expulsó para siempre. Antonio llegó a la Argentina en 1951. Arribó al puerto con una valija vieja, un documento de identidad y una carta que le escribió su hermana invitándolo a venir, la única formalidad que le pedía este país. Mercedes llegó cuatro años después, en las mismas condiciones. Consiguieron trabajo pronto, mal pago, pero suficiente para comer y dormir en una habitación pequeña con los dos hijos que tuvieron aquí. Uno era yo. La vida no fue fácil, pero tampoco estuvo mal. Con pasión inmigrante, consiguieron en esta tierra la oportunidad de crecimiento que la suya no les dio, dolorosamente lejos de sus familias y amigos.

“Cuando escucho las historias de los argentinos que ahora sufren la discriminación de España, sufro por dos. Por el maltrato que reciben y por el recuerdo de lo que la Argentina significó para mis padres. El agradecimiento de Antonio y Mercedes hacia este país es similar al que todavía recibo de mis tíos españoles, que saben que en aquellos años de la posguerra civil, dos bocas menos para alimentar significaban más comida para repartir entre el resto de la familia. Aún hoy, la Argentina representa en sus memorias esa puerta que un día se abrió para unos y, también, el país desde el cual de tanto en tanto llegaba ropa y algún dinero. Además del mítico trigo que enviaba, a bajo precio, el entonces gobierno argentino.

“Es entendible que, sin ser responsables de lo que hace su gobierno, los millones de españoles que conocen esta historia reciente sientan un poco de vergüenza. Saben que el maltrato hacia los "sudacas" es común en muchos países del primer mundo, pero comprenden que ellos no son "muchos países". Son la España que pobló de sus hijos una Argentina abierta.

“Ahora, además, la discriminación no sólo se limita a los argentinos que hacen el camino de la inmigración en sentido inverso. Hasta los que van como simples turistas, para ver a sus familias o sólo a pasear, son detenidos en Barajas durante horas, sometidos a interrogatorios, sin derecho para realizar llamados y, al final, obligados a tomar un avión de regreso.

“El caso de la rosarina Gabriela Calvin me llamó especialmente la atención. Iba a visitar a su hermana. Antes de viajar, tomó una precaución que a mi no se me hubiera ocurrido, pero que hoy es obligatoria: le pidió a su hermana una carta de invitación certificada por la policía. Curioso y triste: la misma carta que debieron traer mis padres para vivir y trabajar en este país para siempre, es la que hoy debería llevar yo para visitar a mi familia española durante 15 días. Y no sé si me alcanzaría. De hecho, para esta mujer no fue suficiente. Ocho horas de malos tratos (su hermana la esperó en vano en el aeropuerto sin saber qué le había pasado), y la embarcaron de nuevo rumbo a Ezeiza.

“Comprendo que esta España no es la Argentina de hace 50 años. Aquella era una combinación histórica entre un país que expulsaba habitantes y otro que necesitaba poblarse. Hoy España no necesita más población, sólo una cantidad mínima de mano de obra barata y transitoria.

“Quizás eso es lo único que importa y el resto sea simple sentimentalismo. Pero no creo que los españoles, los de aquí y los de allá, estén tan de acuerdo con eso. Tienen la memoria suficiente para saber que este presente no es el pago justo por aquel pasado.

“Y me entristece que su gobierno haya perdido esa memoria. Y me entristece que nuestro gobierno no se lo recuerde.

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(*) Jefe de Redacción de NOTICIAS

http://www.perfil.com/contenidos/2008/08/01/noticia_0037.html