Según un sitio argentino, el guión de “Marabunta”, vaya si interesante -sin ironías-, es el siguiente:
Charlton Heston es el poderoso e inquietante propietario de una plantación en la salvaje y traicionera jungla sudamericana. Eleanor Parker es su encantadora novia estadounidense, a la que conoció por carta. Pero Heston desconfía de Eleanor, y se pregunta por qué ella dejaría EEUU, arriesgándose a vivir en la jungla. Ambos se ven amenazados por la llegada de millones de hormigas asesinas que avanzan por la jungla, abriendo un camino de
(http://www.videomaniaticos.com/comprar/ficha_pelicula.asp?id_pelicula=14146)
Lo que no se explica a mi atribulada mente es por qué en Celtiberia a la agresiva hormiguita la hicieron rugir, como acabo de enterarme..., ya que allí la sombra épica de Calderón de
Me anduve de entomólogo buscando qué ruidos hacen las hormigas, por aquello de que a los párvulos hay que pillarlos de las orejas y empezar a enseñarles que la oveja, la cabra, el cordero, el carnero, y el ciervo balan; el gamo gamita; el buey y la vaca mugen, pero el toro brama; el caballo relincha; el perro ladra; el gato maúlla; el león y el tigre rugen -¿a la par de las marabuntas?-; la pantera himpla, lo mismo que la onza; el lobo, el chacal y el coyote aúllan; el becerro berrea; el asno rebuzna; el oso y el cerdo gruñen; el jabalí arrúa; el mono, el conejo, la liebre y el ratón chillan; el elefante barrita; el gallo canta, la gallina cacarea y el pollito pía; la rana croa; la serpiente silba; la abeja zumba; el pájaro gorjea; la cigueña crotora; el grajo grazna; el cuervo crascita; el pato parpa; la paloma zurea; el grillo y la cigarra chirrían; el perro ladra…y, a ver, Pepillo, ¿cómo nos interpela la insaciable marabunta antes de transformarnos en su desayuno y prontamente en su merienda, si logramos correr durante el mediodía para evitar que nos almuerce?
Onomatopeyas aparte, me ha gustado lo que se ha dicho sobre las rugientes aludidas y el film consiguiente en esta cálida, y aguda, descripción publicada en el diario
“Charlton Heston, Chris en la ficción, representaba a un masculino de ‘alta gama’ encarnando a un amo y un macho que manejaba con mano dura (con algo de humanismo) a una buena cantidad de explotados, cuyo sentido de la vida era dedicar la suya al enriquecimiento de un señor Blanco, como corresponde al orden natural de la vida. Chris lo tenía todo, menos una mujer. Opta por un casamiento a distancia, es decir un casamiento a ciegas, lo que en definitiva no es nada demasiado extraño si se piensa que todo casamiento en algún punto es a ciegas. No sólo del otro, también de sí mismo, ya que no son pocas las veces que alguien se encuentra haciendo o diciendo algo que jamás imaginó que podía llegar a hacer o decir.
En la película, un día baja de una lancha una pelirroja bastante impactante, Eleonor Parker, que con aires de seguridad y de saber moverse en la vida (venía de Nueva Orleans) se encamina al encuentro de su esposo. Con un gran impacto inicial entre los esposos, al conocerse se empiezan a desplegar dos historias paralelas: una, el avance de la marabunta, unas hormigas asesinas organizadas como un ejército que bajan y avanzan desde la montaña arrasando con todos los objetos y sujetos que encuentran en su camino.
La otra, los avatares de un amor que comienza, con las hormigas todavía lejos, y que dan el nombre a la película, ‘Marabunta’ (1954). Son dos historias de conquistas. Las conquistas de la naturaleza y las conquistas del amor. Ellos mismos como dos conquistadores. Esa naturaleza compartida hace que ambos tengan una postura, y en cierto sentido una estrategia similar: para Chris se trata de una pieza más de sus conquistas, para Joana era un hombre más de su currículo. Esto era lo que de ninguna manera tenía previsto nuestro hombre que ni por un momento pensó que se podía casar con una mujer que no era virgen, cuando además él lo era. Justament epara Chris que había construido laboriosamente su palacio, que supo esperar para terminarlo y meter adentro a una mujer. Y que además cuidó muy especialmente que todo lo que ingresaba en dicho palacio tuviera una condición fundamental: todas las cosas eran religiosamente nuevas. Por lo tanto todas esas cosas tenían en común algo especialmente importante: no tenían una historia atrás.
El ejemplo más claro y representativo era el espectacular piano de cola, absolutamente nuevo (creo que de color blanco), dispuesto a iniciar su historia ya que nadie lo había tocado, ni mucho menos trabajado. El imponente piano blanco estaba cerrado y sólo se abría con la llave colgada del llavero de Chris. El tema es que Heston suponía lo mismo de la vida y sobre todo del cuerpo de una mujer, al menos de la mujer para casarse. El esposo al desposarla tenía la llave de la sexualidad de la esposa. No se trata sólo del machismo en juego que no pierde su fuerza a pesar de la obviedad del planteo. Se trata más que nada de ingenuidad: la sexualidad no tiene llave. Ni el hombre, ni la mujer respecto de sí mismos, ni cada uno respecto del otro. Es de alguna manera lo que ella trataba de explicarle. Con mucha sutileza le suelta que un piano cuanto más se toca suena mejor.
Lo mismo vale para la mujer y en definitiva para el amor. Demasiado para Heston. Muchas veces es demasiado para los hombres. Que si no pudieron tener la primer llave, la de la primera entrada, al menos pugnan por tener la última. Pero tales llaves no existen. En principio todo se puede conquistar, menos la incertidumbre. ¿Y las hormigas? Se manducaron la plantación, pero fueron ahogadas. En medio del fango victorioso los esposos se abrazaron con la fuerza que suele dar el empezar de nuevo, es decir con la ilusión de que no haya historia.”
(http://www.lacapital.com.ar/contenidos/2008/04/27/noticia_5220.html)
Convengo definitivamente que en Hispania (al menos todavía en la década del 1950) eran menos prosaicos que los argentinos: se dice en otro sitio que “Aunque las hormigas se mueven silenciosamente, su presencia se anuncia. Los otros insectos se asustan, animales pequeños salen disparatados, hacen ruidos en la hojarasca mientras le huyen al ejército invasor. Ellos saben qué viene.”
(http://www.elperiodico.com.gt/es/20080719/temasdeinteres/62039/?action=results&poll_ident=610)
Y hay algo que se debe hacer notar en honor quizá al introductor de aquel viejo título al castellano peninsular: la marabunta no es, parece, verdaderamente la nomenclatura del bicho en sí, sino la asociación de insectos devoradores, que pueden ser según las eventualidades hormigas de distinto tipo, aunque ninguna de ellas se presenta como poco o algo anoréxica, sea la que fuera su filiación ideológica dentro del panformiquismo político. Con lo cual “El rugido de la marabunta” pasa a ser para la cartelera una licencia literaria bastante adecuada al paisaje dantesco del guión, abstracción hecha de la llave y el piano blanco simbólicamente abstinente que se han citado más arriba, y que seguro en aquella época se tenía por atrevido mencionar explícitamente: a uno (supongo infante de los años 1950) se le pararían los vellos de las tetillas de horror al imaginar ese sordo ruido de corceles y de aceros (broma para argentinos…) de la fauna selvática en franca huída. Tampoco hay que pretender que el titulador de 1954 hubiese puesto “Erección al borde del abismo del hormiguero”, al modo de “Bajos instintos”: no hay que pecar de anacronismo. Así que… todo tiene explicación y, si no os satisface, seguid buscando el triste aullido horripilante de las habituales huéspedes del jardín, que yo no lo he oído aún, pero nunca es tarde para resucitar a Dn. Félix de Azara, y pedirle que nos acompañe en la ronda.
Gustavo F. Soppelsa