dimecres, 3 de setembre del 2008

Séptima. Hechicera



"Séptima fue esclava bajo el sol africano, en la ciudad de Hadrumeto. Y su madre Amaoena fue esclava, y la madre de ésta fue esclava, y todas fueron bellas y oscuras, y los dioses infernales les revelaron filtros de amor y de muerte. La ciudad de Hadrumeto era blanca, y las piedras de la casa donde vivía Séptima eran de un rosa trémulo. Y la arena de la playa estaba sembrada de conchillas que arrastra el tibio mar desde las tierras de Egipto, donde las siete bocas del Nilo expanden siete limos de diversos colores. Desde la casa marítima donde vivía Séptima se oía morir la franja de plata del Mediterráneo, y al pie de la misma un abanico de deslumbrantes líneas azules se desplegaba casi a ras del cielo. Séptima llevaba las palmas de las manos enrojecidas de oro, y la punta de sus dedos pintada. Sus labios olían a mirra y sus párpados untados temblaban suavemente. Así caminaba por los barrios, con una cesta de crujientes panes que llevaba a la casa de los sirvientes.

Séptima se enamoró de Sextilio, un joven libre, hijo de Dionisia. Pero no les está permitido ser amadas a aquellas que conocen los misterios subterráneos, pues están sometidas al adversario del amor, que se llama Anteros. Y así como Eros dirige los centelleos de los ojos y aguza la punta de las flechas, Anteros desvía las miradas y embota la acritud de los dardos. Es un dios benéfico que reside en medio de los muertos. No es cruel, como el otro. Posee el nepente, que provoca el olvido. Y como sabe que el amor es el peor de los dolores terrenales, odia y cura el amor. Sin embargo, carece del poder de expulsar a Eros de un corazón ya ocupado. Entonces se apodera del otro corazón. Así lucha Anteros contra Eros. Por eso no pudo Sextilio amar a Séptima. No bien Eros llevó su antorcha al seno de la iniciada, Anteros, irritado, se apoderó de aquél al que ella quería amar.

Séptima conoció por la mirada baja de Sextilio el poder de Anteros. y con la vibración purpúrea de la tarde, salió al camino que lleva de Hadrumeto al mar. Es un camino apacible donde los enamorados, apoyados en las lisas murallas de los sepulcros, beben vino de dátiles. La brisa oriental sopla su perfume sobre la necrópolis. La joven luna, velada aún, llega incierta y se pasea. Muchos muertos embalsamados reinan mirando a Hadrumeto desde sus sepulturas. Y allí dormía Foinisa, hermana de Séptima, esclava como ella, muerta a los dieciséis años, antes de que ningún hombre hubiese respirado su olor. La tumba de Foinisa era angosta como su cuerpo. La piedra oprimía sus pechos ajustados con vendas. Casi pegada a su frente deprimida, una larga lápida cerraba la mirada vacía. De sus labios ennegrecidos todavía se escapaba el vapor de las drogas odoríferas en que la habían empapado. En su casta mano brillaba un anillo de oro verde con dos rubíes incrustados, pálidos y turbios. En su sueño estéril soñaba eternamente con las cosas que no pudo conocer.

Bajo la blancura virginal de la luna nueva, Séptima se tendió junto a la tumba angosta de su hermana, sobre la buena tierra. Lloró y se frotó el rostro contra la guirnalda esculpida. Y acercó su boca al conducto por donde se vertían las libaciones, y desahogó su pasión:

–¡Oh, hermana mía –dijo–, deja tu sueño para escucharme! La lamparita que alumbra las primeras horas de los muertos se ha extinguido. Has dejado que se deslizara de tus dedos la ampolla de vidrio coloreada que te dimos. El hilo de tu collar se ha roto y las cuentas de oro se han esparcido alrededor de tu cuello. Nada nuestro es tuyo ya, y ahora aquél que lleva un halcón sobre su cabeza te posee. Escúchame, pues tienes poder para transmitir mis palabras.

Ve a la celda que ya sabes y suplícale a Anteros. Explícale a la diosa Hator. Suplícale a aquel cuyo cadáver despedazado fue llevado por mar en un cofre hasta Biblos, hermana mía, ten piedad de un dolor desconocido. Por las siete estrellas de los magos de Caldea, te lo ruego. Por las potencias infernales que se invocan en Cartago, Jao, Abriao, Salbaal y Batbaal, recibe mi encantamiento. Haz que Sextilio, hijo de Dionisia, se consuma de amor por mí, Séptima, hija de nuestra madre Amoena. Que de noche arda. Que me busque junto a tu tumba, ¡oh Foinisa! O llévanos a los dos a la morada tenebrosa, poderosa. Ruega a Anteros que enfríe nuestro aliento si impide a Eros que lo encienda. Muerta perfumada, recibe la libación de mi voz. ¡Achrammachalala!.

Súbitamente, la virgen vendada se levantó y penetró en la tierra, mostrando los dientes.

Y Séptima, avergonzada, corrió entre los sarcófagos. Veló dos noches en compañía de los muertos. Observó la luna fugitiva. Ofreció su pecho al mordisco salobre del viento marino. Los primeros rayos dorados la acariciaron. Regresó después a Hadrumeto y su larga camisa azul flotaba tras ella.

Foinisa, rígida, recorría mientras tanto los círculos infernales. Y aquél que lleva un halcón sobre su cabeza no recibió su súplica. Y la diosa Hator permaneció tendida en su envoltura de colores. Y Foinisa no pudo encontrar a Anteros, puesto que desconocía el deseo. Pero en su corazón marchito sintió la piedad que los muertos sienten por los vivos. La segunda noche, pues, a la hora en que los cadáveres se liberan para cumplir los encantamientos, Foinisa encaminó sus pies atados por las calles de Hadrumeto.

Sextilio se agitaba regularmente por los suspiros del sueño, con el rostro vuelto hacia el techo de su habitación, surcada de rombos. Y Foinisa, muerta, envuelta en vendas aromáticas, se sentó a su lado, No tenía cerebro ni vísceras, pero habían vuelto a colocar en su pecho su corazón disecado. Y en ese momento Eros luchó contra Anteros y se apoderó del corazón embalsamado de Foinisa, y ésta deseó el cuerpo de Sextilio, a fin de acostarlo entre ella y su hermana en la casa de las tinieblas.

Foinisa puso sus labios teñidos sobre la boca viva de Sextilio, y la vida se escapó de él como una burbuja. Luego llegó hasta la celda de esclava de Séptima y la tomó de la mano. Y Séptima, adormecida, cedió bajo la presión de la mano de su hermana. Y el beso de Foinisa y el abrazo de Foinisa dieron muerte, casi a la misma hora de la noche, a Séptima y a Sextilio. Tal fue el fúnebre resultado de la lucha de Eros contra Anteros y las potencias infernales recibieron, al mismo tiempo, a una esclava y a un hombre libre.

Sextilio yace en la necrópolis de Hadrumeto, entre la hechicera Séptima y su hermana virgen Foinisa.

El texto del encantamiento está inscrito sobre la placa de plomo, enrollada y atravesada por un clavo que la encantadora deslizó por el orificio de las libaciones de la tumba de su hermana."

Marcel Schwob, "Vidas imaginarias"