Vamos errantes por el mundo buscando amor como si fuera una sustancia que se puede alojar en un frasco inviolable y hermético. Perdemos el rumbo durante esa búsqueda: todo recipiente en el que coloquemos el amor que hayamos encontrado a lo largo de la vida se transformará automáticamente en un cedazo.
Así pasa porque el amor, para serlo, va siguiendo la ruta del enjuiciamiento perpetuo. Y, si fuese un líquido, por siempre debería ser volcado allí donde pudiese escurrirse, para conocer si definitivamente la gravedad lo afecta, o si flota sobre la realidad desafiándola a fuerza de esperanza. Imagino que, cuando cesa la esperanza en que el amor se conserve, una esperanza irrigada por la pulsión de los amantes, la regla promulgada por Newton hace lo suyo, y una lluvia de gotas de amor es absorbida con rapidez por la tierra reseca e implacable, y desaparece sin dejar rastros disuelta por el gran tumulto del Universo.
Gustavo F. Soppelsa
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