dijous, 11 de setembre del 2008

Adonis y las escapadas con Mónica Belluci durante sus días sabáticos

Buceando en mitos relativos a las tensiones que puede sufrir un hombre por dos amores femeninos ambos dos apreciables, y su deseo de conservarlos a los dos por serlo, se ha hecho referencia en algún comentario a la actuación de Anteros y Eros en el cuento “Séptima. Hechicera”, de Marcel Schwob.

Remito a la entrada anterior en lo que refiere a mi opinión sobre la (in)adecuación de ese mito a ese caso. Más conveniente parece la fábula del disputado Adonis, quien originó una reyerta entre Afrodita y Perséfone.

Abreviando, según un esquema de las varias versiones que pueden leerse del mito, esta pelea de las dos divinidades por el nombrado originó un “fallo salomónico” de Zeus, quien “repartió” afectiva y cronológicamente al disputado amante sentenciando que pasaría igual tiempo con una que con otra, y tendría un período de descanso libre sin ninguna de ellas (no por algo Zeus era Zeus y seguro sabía que dos mujeres bajo estas condiciones podían acabar si no con el zarandeado cuerpo del personaje, seguro que con la cordura de Adonis) -me atengo a la paliza de las feministas.

La decisión se exhibe como salomónica en el estricto sentido del término porque, si se recuerda la fábula bíblica, el rey judío formuló una especie de “pronunciamiento-trampa” por el que produjo una prueba sobre la realidad de los hechos: decidió que la criatura por la que se peleaba se partiría por mitades, ya que no había forma de apreciar cuál era la madre verdadera y las dos clamaban por igual ante él. Al oírse esta decisión, una de las contendientes asintió y la otra desistió del juicio, con lo que Salomón, ahora sí viendo transparentemente ciertas evidencias, ordenó por fin que fuera entregada a la segunda, quien no había querido una victoria “judicial” con la muerte del niño de por medio, signo que el rey consideró la cabal demostración de su condición de madre.

Júpiter no se aleja mucho de la estrategia de Salomón: cuando define el reparto “equitativo” del amor de Adonis entre las dos diosas, da de manera muy astuta un margen de libertad al amado para que actúe sin la compulsión de su poder, y se pueda dejar ver la verdad de la situación.

Durante el lapso en que no está a disposición de ninguna de las dos, Adonis puede disponer como quiera. Y nunca mejor dicho: como quiere. Y quiso. Porque ese tiempo “libre” prefirió pasarlo con Afrodita, con lo cual el trasfondo mítico dejaría entrever que el balance armónico que aspira a distribuirse sin conflicto entre dos amores “de igual valor” es una quimera.

Y no es lo de menos el hecho de que la disputa por Adonis fuera entre Afrodita y Perséfone, dos reinas del Olimpo, ya que si bien Afrodita era una deidad mayor, que arrasaba con cuanto macho celeste y terrenal se le cruzaba, cuyos atractivos pueden leerse cómodamente en cualquier sitio de la Red, Perséfone también era una diosa importantísima en todo sentido. No era despreciable para nada.

Perséfone había sido cortejada por muchos dioses por sus calidades, y desató prácticamente una convulsión universal debido a su rapto por parte de Hades, dios de los infiernos, quien se enamoró de ella at first sight y se la llevó cual austríaco desquiciado a sus cuevas subterráneas.

Perséfone era una dignísima hija de Zeus, y una diosa absolutamente benigna, promotora del bienestar y esencial, que prodigaba la fecundidad, a tal punto que el cataclismo de su secuestro obligó a una componenda con su captor porque toda la Tierra estaba languideciendo ante su ausencia. Su padre pactó con Hades que volvería cíclicamente a su hogar materno, y luego retornaría a los infiernos, lo que dio origen a las estaciones del año: el tiempo en que Perséfone permanece alejada de la superficie coincide con los meses en los que la naturaleza se marchita, y su retorno propicia el renacimiento de la vida. Perséfone era tan decisiva que de ella dependía la vida misma. Pero Adonis optó por quedarse con Afrodita durante sus vacaciones “eróticas”.

Conclusión: los equilibrios en esta materia no se mantienen, según se desprende de los mitos, mucho tiempo, ni dependen de la importancia de los extremos de la balanza, sino que es la pasión de los (y las correspondientes, en hipótesis, si el supuesto es al revés) Adonis la que opera decisivamente.

Es como si dijéramos que a cualquier humilde ciudadano del mundo, George Bush a través de una tarjeta magnética y una contraseña secreta de la CIA le otorgara el ser amado en igual proporción de tiempo por Mónica Bellucci y Catherine Z. Jones, y unos meses libres para que ese pobre mortal no sufriera un colapso. Uno supondría que el tipo se va tranquilo durante sus vacaciones amorosas a ver jugar al Barça y a tomar cerveza con sus amigos, y pasa una temporada de las dos, sin pensar en ninguna de las dos ni por casualidad, porque las dos son absolutamente satisfactorias y lo llenan balanceadeamente hasta dejarlo ahíto. No. Parece que nuestro amigo se queda con más ganas de Mónica Bellucci, y se desentiende del campeonato y de la Heineken, de acuerdo a una extrapolación contemporánea de las libidinosas andanzas de la mitología helenística.

La democracia, definitivamente, es para el Parlamento y no para la cama -creo yo, que de Adonis, sobre todo, no tengo nada.

1 comentari:

Anteros ha dit...

Mmmmmmm... Creo que este ejemplo tampoco se amolda a mi caso. Mi situación es clara: Amor por un lado y pasión por otro. Por eso busqué la similitud entre Eros y Anteros. Lo que sí que no soy es un Adonis, eso seguro. La cosa es que por un lado siento amor hacia una persona y por otro ardiente pasión por otra. Pero de ninguna de las maneras tengo dudas entre una y otra. Por ahora, y no sé por cuánto tiempo, son complementarias. Cuando todo termine, con dolor por un lado y alivio por otro, seguiré con mi amor y dejaré la pasión en el baúl de los gratos recuerdos.
Muchas gracias, Joan.