Diego Andrada tiene 14 años y es uno de los sobrevivientes del accidente que le costó la vida a Juan Valdez, cuando una tribuna mal armada y abarrotada de gente, se le cayó encima. Está internado en el hospital Padilla con heridas cortantes en el rostro, en los brazos y una grave lesión en los pulmones que le dificulta la respiración.
Diego es el menor de nueve hermanos del matrimonio de Emilio (53), empleado municipal y Juana (51). A pesar de su corta edad, no estudia. Todas las mañanas, junto con sus hermanos, a las siete, está listo para subir al colectivo que lo llevará a las fincas donde comenzará su jornada laboral. Gana $80 (16 €) por semana.
Días antes de la fiesta patria, el hermano del concejal de Tafí Viejo, Díaz Prats, al que conocen como "Paloma" los contactó para llevarlos al acto. Les ofreció $12 (2,40 €), más el sándwich y un paquete de cigarrillos. Subieron a un colectivo viejo, sin ventanillas, a las 9 y se encaminaron hacia el hipódromo. Pasaron sin problemas los controles que hace la policía vial de la provincia. Llegaron al hipódromo a las 10:30. Allí les entregaron en una bolsita, un sandwich de mortadela. El resto de la paga sería al regreso.
Dos horas después, la tribuna en la que estaban se inclinó hasta desplomarse. Los más afectados fueron Juan Valdez, que finalmente falleció y Diego. Los primeros auxilio los recibió de parte de sus hermanos Jonathan (15) y Carlos (19).
Junto a Diego se salvó de milagro su sobrino Brian, de tan solo 6 años. Al llegar la ambulancia, lo subieron pero "entre todos tuvimos que empujarla porque no andaba" relata Jonathan. "Yo salí corriendo y nos tomamos un remis hasta el hospital. A mi mamá, que venía con mis hermanas la encontramos y le avisamos. Casi se nos muere ella" relata Daniel, otro de sus hermanos.
Los Andrada siguen allí, esperando ayuda. El único que se acercó es el intendente de Tafí Viejo, Javier Pucharras. "Yo fui a la casa del concejal Díaz Prats y me dijo que hablara con Paloma que es encargado de todo" cuenta Carlos. "Fui dos veces a pedir ayuda. Solo me dieron $15 (3 €) y me dijeron que no vuelva más, porque ellos no tienen más. Nos dijeron que la Bety (por la esposa de Alperovich y diputada nacional, Beatriz Rojkés) iba a mandar a alguien y los estamos esperando. Hasta el momento no llegó nadie. Entre todos se turnan para cuidar a Diego en el hospital.
Saben que tendrán que adaptarse, pues la recuperación le llevará por lo menos cincuenta días.
Especial para Perfil.com
http://www.perfil.com/contenidos/2008/07/12/noticia_0010.html
49
Tuve en mi pago en un tiempo
hijos, hacienda y mujer,
pero empecé a padecer,
me echaron a la frontera,
¡y qué iba a hallar al volver!
Tan sólo hallé la tapera.
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Sosegao vivía en mi rancho
como el pájaro en su nido,
allí mis hijos queridos
iban creciendo a mi lao…
sólo queda al desgraciao
lamentar el bien perdido.
51
Mi gala en las pulperías
era, en habiendo más gente,
ponerme medio caliente,
pues cuando puntiao me encuentro
me salen coplas de adentro
como agua de la virtiente.
52
Cantando estaba una vez
en una gran diversión,
y aprovecho la ocasión
como quiso el juez de paz…
se presentó, y ahi nomás
hizo una arriada en montón.
53
Juyeron los más matreros
y lograron escapar:
yo no quise disparar,
soy manso y no había porqué,
muy tranquilo me quedé
y ansí me dejé agarrar.
54
Allí un gringo con un órgano
y una mona que bailaba,
haciéndonos rair estaba,
cuanto le tocó el arreo,
¡tan grande el gringo y tan feo,
lo viera cómo lloraba!.
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Hasta un inglés zanjiador
que decía en la última guerra
que él era de Inca- la-perra
y que no quería servir,
también tuvo que juir
a guarecerse en la sierra.
56
Ni los mirones salvaron
de esa arriada de mi flor,
fue acoyarao el cantor
con el gringo de la mona,
a uno solo, por favor,
logró salvar la patrona.
57
Formaron un contingente
con los que del baile arriaron,
con otros nos mesturaron,
que habían agarrao también,
las cosas que aquí se ven
ni los diablos las pensaron.
58
A mí el juez me tomó entre ojos
en la ultima votación:
me le había hecho el remolón
y no me arrimé ese día,
y él dijo que yo servía
a los de la esposición.
59
Y ansí sufrí ese castigo
tal vez por culpas ajenas,
que sean malas o sean güenas
las listas, siempre me escondo:
yo soy un gaucho redondo
y esas cosas no me enllenan.
60
Al mandarnos nos hicieron
más promesas que a un altar,
el juez nos jue a proclamar
y nos dijo muchas veces:
muchachos, a los seis meses
los van a ir a relevar.
61
Yo llevé un moro de número
¡sobresaliente el matucho!
Con él gané en Ayacucho
más plata que agua bendita:
siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un pucho.
62
Y cargué sin dar mas güeltas
con las prendas que tenía:
jergas, ponchos, todo cuanto había
en casa, tuito lo alcé:
a mi china la dejé
medio desnuda ese día.
63
No me falta una guasca,
esa ocasión eché el resto,
bozal, maniador, cabresto,
lazo, bolas y manea…
¡el que hoy tan pobre me vea
tal vez no creerá todo esto!.
64
Ansí en mi moro, escarciando,
enderecé a la frontera.
¡Aparcero si usté viera
lo que se llama cantón!…
Ni envidia tengo al ratón
en aquella ratonera.
65
De los pobres que allí había
a ninguno lo largaron,
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se quejó
en seguida lo estaquiaron,
y la cosa se acabó.
66
En la lista de la tarde
el jefe nos cantó el punto
diciendo: quinientos juntos
llevará el que se resierte;
lo haremos pitar del juerte,
mas bien dese por dijunto.
67
A naides le dieron armas,
pues toditas las que había
el coronel las tenía,
sigún dijo esa ocasión,
pa repartirlas el día
en que hubiera una invasión.
68
Al principio nos dejaron
de haraganes criando sebo,
pero después… no me atrevo
a decir lo que pasaba…
¡barajo!… Si nos trataban
como se trata a malevos.
69
Porque todo era jugarle
por los lomos con la espada,
y aunque usté no hiciera nada,
lo mesmito que en Palermo,
le daban cada cepiada
que lo dejaban enfermo.
70
¡Y qué indios, ni qué servicio;
si allí no había ni cuartel!
Nos mandaba el coronel
a trabajar en sus chacras,
y dejábamos las vacas
que las llevara el infiel.
71
Yo primero sembré trigo
y después hice un corral,
corté adobe pa un tapial,
hice un quincho, corté paja...
¡la pucha que se trabaja
sin que le larguen un rial!
72
Y es lo pior de aquel enriedo
que si uno anda hinchando el lomo
se le apean como un plomo...
¡quién aguanta aquel infierno!
Si eso es servir al gobierno,
a mí no me gusta el cómo.
73
Más de un año nos tuvieron
en esos trabajos duros;
y los indios, le asiguro
dentraban cuando querían:
como no los perseguían,
siempre andaban sin apuro.
74
A veces decía al volver
del campo la descubierta
que estuviéramos alerta,
que andaba adentro la indiada,
porque había una rastrillada
o estaba una yegua muerta.
75
Recién entonces salía
la orden de hacer la riunión,
y caíbamos al cantón
en pelos y hasta enancaos,
sin armas, cuatro pelaos
que íbamos a hacer jabón.
76
Ahi empezaba el afán
-se entiende, de puro vicio-
de enseñarle el ejercicio
a tanto gaucho recluta,
con un estrutor... ¡qué... bruta!
que nunca sabía su oficio.
77
Daban entonces las armas
pa defender los cantones,
que eran lanzas y latones
con ataduras de tiento...
las de juego no las cuento
porque no había municiones.
88
Nos volvíamos al cantón
a las dos o tres jornadas,
sembrando las caballadas;
y pa que alguno la venda,
rejuntábamos la hacienda
que habían dejao rezagada.
89
Una vez entre otras muchas,
tanto salir al botón,
nos pegaron un malón
los indios y una lanciada,
que la gente acobardada
quedó dende esa ocasión.
90
Habían estao escondidos
aguaitando atrás de un cerro...
¡lo viera a su amigo Fierro
aflojar como un blandito!
salieron como maíz frito
en cuanto sonó un cencerro.
91
Al punto nos dispusimos
aunque ellos eran bastantes;
la formamos al instante
nuestra gente, que era poca,
y golpiándose en la boca
hicieron fila adelante.
92
Se vinieron en tropel
haciendo temblar la tierra.
no soy manco pa la guerra
pero tuve mi jabón,
pues iba en un redomón
que había boleao en la sierra.
93
¡Qué vocerío! ¡qué barullo!
¡qué apurar esa carrera!
la indiada todita entera
dando alaridos cargó,
¡jue pucha!... Y ya nos sacó
como yeguada matrera.
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Y un sargento chamuscao
me contó que las tenían
pero que ellos la vendían
para cazar avestruces;
y así andaban noche y día
dele bala a los ñanduces.
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Y cuando se iban los indios
con lo que habían manotiao,
salíamos muy apuraos
a perseguirlos de atrás;
si no se llevaban más
es porque no habían hallao.
José Hernández, “Martín Fierro”
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