Las huestes de Pirro se han mudado a la Plaza del Congreso en el día de hoy, y se acomodan en sus tiendas. Como si la historia del otro Pirro no le hubiese enseñado nada a este otro Pirro pírrico de juguete y destronado que es Néstor Kirchner, él se empeña en ocultar -detrás de una harapienta posible victoria arrancada por algunos votos- la efigie paradójica de su derrota erizada de cuerpos de legisladores asaeteados.
Kirchner no sabe de historia, no sabe de política, no sabe cómo gobernar una democracia, no tiene sentido común: esto puede ser peor que Asculo, porque la frase del antiguo Pirro que ha recorrido los siglos indica una cierta grandeza meditabunda, y la convicción de que la gloria demasiado onerosa equivale a la miseria de ser vencido sin honra ni probabilidades de recuperarse, o por lo menos a un gesto inútil si se miden fuerzas por cantidad de hombres y éstos quedan al cabo yaciendo como cadáveres en un porcentaje altísimo.
Vana esperanza de aguardar filosofias acerca de la gloria y sus alternativas de quien jamás estuvo destinado a ella, como el exiliado patagónico. La retirada a El Calafate puede ser más denigrante que la que le tocó en desdicha, que no en suerte, al rey del Epiro arrastrando sus huestes diezmadas por los campos de la Apulia clásica.
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