Ciertamente, todas las metáforas tropiezan con problemas al momento de delinear a Cristina Fernández de Kirchner (o exactamente al “matrimonio presidencial”, como se suele llamar aquí en la Argentina a la unión conyugal y política que subsiste con su esposo, el ex mandatario Néstor Kirchner)
Jugando de todas maneras con las palabras, podría decirse que el dúo está escalando la pedagogía del “divide y reinarás” al revés: lentamente, con raros pasos casi de comedia o tragicomedia, ha ido uniendo sistemáticamente a todos sus enemigos, aunque al observador le parezca extraño ver parados enfrente de Fernández de Kirchner a sujetos que durante muchísimo tiempo se mantuvieron o deberían haberse mantenido en sitios ideológicamente distantes entre sí.
No resulta falsa, originalmente, la acusación que contra el más legendario colectivo agrícola y ganadero, la Sociedad Rural, los kirchneristas enarbolan: los latifundistas que en ella se congregan tuvieron trato directo o indirecto con casi todos los regímenes miltares que sufrió el país, al extremo que a menudo se ha dicho esquemáticamente que estas dictaduras fueron instauradas para el exclusivo beneplácito (económicamente interesado) de esa Sociedad…
Pero, desde ya, lo que se entiende hoy por “el campo” en Argentina, en medio del conflicto que con él mantienen la presidenta y su marido correinante, excede formal e institucionalmente a la Sociedad Rural. En ese sentido, se ha asegurado con razón que la protesta no tiene precedentes, porque entre las cuatro entidades agropecuarias que, unidas, ladran furiosamente a Fernández de Kirchner al menos una de las tres restantes se encuentra situada en las antípodas del modelo ideológico de la antigua oligarquía vacuna.
Esto no es lo más alarmante para el gobierno, el cual no ha hecho precisamente gala de coherencia en el terreno de las ideas políticas, usando y descartando a derechas e izquierdas de acuerdo a lo que le fuese utilizable. Por este motivo, los Kirchner mal podrían decirse atónitos ante una estrategia en la cual se complacen: trasvasar, con la mayor inmoralidad, fórmulas y personajes filosóficamente antagónicos aprovechando las hemorragias de todos los partidos para alimentar la estructura oficial de personas sólo hambrientas de salarios pagados por el Estado.
Lo que aparece como más peligroso para la supervivencia de ese Estado matrimonial armado sorprendentemente en la Argentina el último año (toda comparación con Perón y Eva Perón es demasiado simple de hacer o un pecado por defecto, según se mire...) es el tamaño material conseguido por la protesta: el conflicto comenzó con cuestionamientos a la política agropecuaria y ha terminado siendo un enjuiciamiento global que toda la población ha llevado a cabo, principalmente también la urbana, es decir, un examen realizado a toda la gestión por todo el mundo. En este juicio, si usásemos la metáfora del jurado que delibera, cada día que transcurre parece una rápida conversación multitudinaria encaminándose con decisión hacia la condena, que asimismo tiene el aspecto de ser unánime.
Dos circunstancias incrementan la debilidad de Fernández de Kirchner: primero, la oposición, trepada al descontento del campo, repite, absolutamente veraz, cosas que todos conocen en contraste con las turbias fábricas de engaños que el gobierno puso en movimiento desde hace mucho tiempo, incluso hasta en “su primera versión”, cuando el hoy “marido presidencial” era titular formal del Ejecutivo; segundo, no hay duda de que la devaluación monetaria provocó un brusco enriquecimiento del sector agropecuario, y aquello lo transformó en un potente actor político, con recursos económicos suficientes para luchar a fin de encontrar un sitio adecuado para su papel productivo y financiero determinante.
Ese panorama desolador para la cúpula kirchnenista parece difícil de modificar. Lo raro, delante de propios y extraños -léase argentinos y observadores extranjeros al mismo tiempo- es que esa incapacidad de mutar, de restaurar o hacer renacer la iniciativa política no surge de condiciones objetivas, sino de una exótica manera de ejercer el gobierno, de un déficit subjetivo, ahora, de la pareja presidencial. La Argentina, por sucesivas erosiones de los partidos destinados a proveer de funcionarios al Estado, ha padecido notoriamente una involución en los últimos años, transformándose en una nación en la que los ciudadanos se muestran apenas como huérfanos de padres que obran como saqueadores del erario teniendo en cuenta tan sólo el beneficio personal y la adhesión compulsiva al nepotismo, entre otros vicios. Visto así, el país proyecta una sombra tenebrosa que se asemeja más a un navío con un timonel desertor y un capitán ausente que a una nave en la cual -como en toda sociedad normal- los oficiales de a bordo naveguen con las cartas sobre la mesa y en la que el pasajero indefenso se encuentre bajo la protección adecuada de su previsión, tutela y planificación.
Jugando de todas maneras con las palabras, podría decirse que el dúo está escalando la pedagogía del “divide y reinarás” al revés: lentamente, con raros pasos casi de comedia o tragicomedia, ha ido uniendo sistemáticamente a todos sus enemigos, aunque al observador le parezca extraño ver parados enfrente de Fernández de Kirchner a sujetos que durante muchísimo tiempo se mantuvieron o deberían haberse mantenido en sitios ideológicamente distantes entre sí.
No resulta falsa, originalmente, la acusación que contra el más legendario colectivo agrícola y ganadero, la Sociedad Rural, los kirchneristas enarbolan: los latifundistas que en ella se congregan tuvieron trato directo o indirecto con casi todos los regímenes miltares que sufrió el país, al extremo que a menudo se ha dicho esquemáticamente que estas dictaduras fueron instauradas para el exclusivo beneplácito (económicamente interesado) de esa Sociedad…
Pero, desde ya, lo que se entiende hoy por “el campo” en Argentina, en medio del conflicto que con él mantienen la presidenta y su marido correinante, excede formal e institucionalmente a la Sociedad Rural. En ese sentido, se ha asegurado con razón que la protesta no tiene precedentes, porque entre las cuatro entidades agropecuarias que, unidas, ladran furiosamente a Fernández de Kirchner al menos una de las tres restantes se encuentra situada en las antípodas del modelo ideológico de la antigua oligarquía vacuna.
Esto no es lo más alarmante para el gobierno, el cual no ha hecho precisamente gala de coherencia en el terreno de las ideas políticas, usando y descartando a derechas e izquierdas de acuerdo a lo que le fuese utilizable. Por este motivo, los Kirchner mal podrían decirse atónitos ante una estrategia en la cual se complacen: trasvasar, con la mayor inmoralidad, fórmulas y personajes filosóficamente antagónicos aprovechando las hemorragias de todos los partidos para alimentar la estructura oficial de personas sólo hambrientas de salarios pagados por el Estado.
Lo que aparece como más peligroso para la supervivencia de ese Estado matrimonial armado sorprendentemente en la Argentina el último año (toda comparación con Perón y Eva Perón es demasiado simple de hacer o un pecado por defecto, según se mire...) es el tamaño material conseguido por la protesta: el conflicto comenzó con cuestionamientos a la política agropecuaria y ha terminado siendo un enjuiciamiento global que toda la población ha llevado a cabo, principalmente también la urbana, es decir, un examen realizado a toda la gestión por todo el mundo. En este juicio, si usásemos la metáfora del jurado que delibera, cada día que transcurre parece una rápida conversación multitudinaria encaminándose con decisión hacia la condena, que asimismo tiene el aspecto de ser unánime.
Dos circunstancias incrementan la debilidad de Fernández de Kirchner: primero, la oposición, trepada al descontento del campo, repite, absolutamente veraz, cosas que todos conocen en contraste con las turbias fábricas de engaños que el gobierno puso en movimiento desde hace mucho tiempo, incluso hasta en “su primera versión”, cuando el hoy “marido presidencial” era titular formal del Ejecutivo; segundo, no hay duda de que la devaluación monetaria provocó un brusco enriquecimiento del sector agropecuario, y aquello lo transformó en un potente actor político, con recursos económicos suficientes para luchar a fin de encontrar un sitio adecuado para su papel productivo y financiero determinante.
Ese panorama desolador para la cúpula kirchnenista parece difícil de modificar. Lo raro, delante de propios y extraños -léase argentinos y observadores extranjeros al mismo tiempo- es que esa incapacidad de mutar, de restaurar o hacer renacer la iniciativa política no surge de condiciones objetivas, sino de una exótica manera de ejercer el gobierno, de un déficit subjetivo, ahora, de la pareja presidencial. La Argentina, por sucesivas erosiones de los partidos destinados a proveer de funcionarios al Estado, ha padecido notoriamente una involución en los últimos años, transformándose en una nación en la que los ciudadanos se muestran apenas como huérfanos de padres que obran como saqueadores del erario teniendo en cuenta tan sólo el beneficio personal y la adhesión compulsiva al nepotismo, entre otros vicios. Visto así, el país proyecta una sombra tenebrosa que se asemeja más a un navío con un timonel desertor y un capitán ausente que a una nave en la cual -como en toda sociedad normal- los oficiales de a bordo naveguen con las cartas sobre la mesa y en la que el pasajero indefenso se encuentre bajo la protección adecuada de su previsión, tutela y planificación.
*Versión castellana del artículo publicado en catalán por Pau Ferran Rius desde Concepción del Uruguay en este mismo blog el pasado 16 de junio
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