¿Por qué razones puede ser generada una medida compulsiva por el Estado? En una organización de raíz humanista y liberal, antes de llegar al fondo de ese asunto, hay una cuestión formal que aclarar: las compulsiones, sean positivas o negativas, son para la política de tradición prohumanitaria islas en el mar del continuo de las decisiones individuales, y esto quiere decir que sólo se actúa excepcionalmente desde el Poder en defecto de la iniciativa particular y también, es obvio, al darse la circunstancia de decisiones particulares nocivas para el conjunto pero sólo en interés de la dignidad de los sujetos, que no pueden resumirse en una masa indeterminada y abstracta y terminar siendo víctimas de una planificación que los arrasa en la realidad cotidiana, incluso a pesar de las buenas intenciones. Ya se sabe de qué material está pavimentado el camino del infierno…
Desde este punto de vista, parece acertado lo inscrito en el “Manifiesto por la lengua común”, en cuanto reza: “2. Son los ciudadanos quienes tienen derechos lingüísticos, no los territorios ni mucho menos las lenguas mismas. O sea: los ciudadanos que hablan cualquiera de las lenguas cooficiales tienen derecho a recibir educación y ser atendidos por la administración en ella, pero las lenguas no tienen el derecho de conseguir coactivamente hablantes ni a imponerse como prioritarias en educación, información, rotulación, instituciones, etc... en detrimento del castellano (y mucho menos se puede llamar a semejante atropello «normalización lingüística»)”. Hallo que relacionado con este punto hay otro que he podido advertir a través de mi propia experiencia como observación valedera: “3. En las comunidades bilingües es un deseo encomiable aspirar a que todos los ciudadanos lleguen a conocer bien la lengua cooficial, junto a la obligación de conocer la común del país (que también es la común dentro de esa comunidad, no lo olvidemos). Pero tal aspiración puede ser solamente estimulada, no impuesta. Es lógico suponer que siempre habrá muchos ciudadanos que prefieran desarrollar su vida cotidiana y profesional en castellano, conociendo sólo de la lengua autonómica lo suficiente para convivir cortésmente con los demás y disfrutar en lo posible de las manifestaciones culturales en ella. Que ciertas autoridades autonómicas anhelen como ideal lograr un máximo techo competencial bilingüe no justifica decretar la lengua autonómica como vehículo exclusivo ni primordial de educación o de relaciones con la Administración pública. Conviene recordar que este tipo de imposiciones abusivas daña especialmente las posibilidades laborales o sociales de los más desfavorecidos, recortando sus alternativas y su movilidad.”
Voy al repaso y coordinación de los temas y la introducción arriba mencionados. Personalmente, llegué al idioma catalán por… amor. Por amor sentimental a una mujer, mi novia catalana, y por amor ciertamente a los idiomas como vocación intelectual. Soy de los que como dijo un buen amigo madrileño con quien mantengo contacto electrónico piensan que “tener más de una lengua es tener más de un alma”, por lo que al igual que lo afirmado por mi compatriota Hernán Scacieri en oportuno artículo publicado ya hace tiempo, digital y creo que físicamente en papel ahora, no puedo concebir que no se admita que poseer dos lenguas y dominarlas es un tesoro, y que debería aspirarse como meta ideal a tener miles de lenguas, por usar quizá la metáfora excesiva.
Lo que el “Manifiesto…” puntualiza en relación al disfavor e introducción de reglas de comportamiento obligatorias distorsivas para el trabajo de cualquier clase, y también el intelectual, desde ya,lo he escuchado como anécdota creíble y vivido directamente en carne propia.
En lo que me atañe, para comenzar por la vicisitud de la que puedo dar fe por mí mismo, he tenido una rara idea -parece-: traducir textos de Jorge Luis Borges al catalán, aprovechando varios azares coincidentes: la perspicacia intelectual de mi novia y sus condiciones de buena lectora y su calidad de catalana bilingüe diestra en ambos idiomas, y mi modesta dedicación de exégeta de los textos del autor argentino, cuyo castellano, por serme muy regionalmente materno, puedo explicar con mayor amplitud que otros castellanoparlantes agregando un punto de vista distintivo. Como se ve, no es un plan escolar con exactitud, mas una dedicada labor de amor y conocimiento. No es un forzamiento de ninguna voluntad con el designio de aprender, sino amor entre nosotros y amor a la literatura y al intercambio cultural el que nos guió.
No soy porteño sino entrerriano, lo que dado el castellano usado por Borges tiene a veces hasta ventajas, ya que al ser casi vecino “visual” de la Rca. Oriental del Uruguay (puedo divisar uno de los brazos del río limítrofe desde mi apartamento), manejo con solvencia modismos de ese país que Borges usaba a menudo por varios motivos que los conocedores sabrán y que en este momento no son el tema central de esta nota.
Tropezamos en ese camino de repente con algunas cosas muy extrañas, que paso a consignar y que me llevan a pensar que el “Manifiesto…” se refiere a abusos reales originados en la “Normalización…”: hemos tratado de “penetrar” humildemente, ofreciendo el trabajo, que creemos, sin meritar su valor final, es digno de tener en cuenta -sobre todo a mi juicio pueden interesar mucho las apostillas sobre la conceptuación de vocablos y su exacta traducción- en los círculos de organizaciones catalanas subvencionadas por la Generalitat o sus organismos satélites asociados para, simplemente, difundir la obrilla (tres textos cortos*) y someterla sin ningún reparo de prevalencia sobre nada ni nadie al interés de los profesores de catalán en Argentina, y especialmente a los de su capital política y administrativa. En este punto, la rareza se acrecienta, puesto que Buenos Aires es una de las ciudades de habla hispana más importantes del mundo y, a la vez, un foco importantísimo, como todo indica según cifras, publicidad, etc., de propulsión de la cultura catalana. En ese sentido, sólo hemos obtenido silencio o respuestas que, jugando con las palabras, de tan cortas carecen de verdadera cortesía…, por decir lo menos. ¿Por qué en una ciudad de ese calibre, donde supuestamente existe una radicación extrapeninsular de sueldos y medios y conocimiento catalanes tan profusa nadie presta atención a un ofrecimiento sin más intención que la oferta cultural fundada sobre el amor al catalán y al castellano escrito por un escritor nativo de Argentina y universal simultáneamente, que para muchos fue un Nobel no entregado? Misterio.
La segunda alternativa de nuestra aventura no deja de ser también rarísima. En búsqueda no tanto de editoriales ávidas sino más bien de patrocinadores curiosos (que no hallaba entre los natos “catalanes difusores oficiales”...) y ciertamente de una corrección totalmente sumisa hacia quienes detentan un conocimiento profundo de la lengua catalana que podría encontrar posiblemente a través de ella, dirigí las presentaciones y solicitudes correspondientes a la Fundación “Jorge Luis Borges”. Esta Fundación, por medio de un correo digital firmado por una atenta dama, supongo que argentina, y desde Buenos Aires, me hizo llegar una respuesta amabilísima pero inquietante, que resumo, en cuanto al pedido de examen de nuestra labor: en esta última ciudad no había personas competentes para tal tarea.
Es quizá odioso realizar un paralelismo entre la crítica que el liberalismo económico, con quien no me hallo estrictamente identificado, hace en lo que se relaciona a su mirada sobre los controles de la actividad económica y la correlación de proliferación de las burocracias obstrucionistas, por un lado, y el manejo burocrático y “normalizador” del catalán que hoy rige en Cataluña, por el otro. Sin embargo, no otra cosa podría estar ocurriendo, ya que es bastante conocido que se está promoviendo la difusión de la enseñanza del idioma catalán en el extranjero, y también en la Argentina. Si uno parte de la base de que esa enseñanza es una ramificación secundaria de un verdadero aliento promotor del idioma catalán y del amor por él nacido de la admiración y el afecto y no un mero afán de regularización dictatorial, no se arriba a comprender cuál es el motivo por el cual Buenos Aires carece de gente calificada para llevar a cabo la evaluación de una humilde obra artística en idioma catalán (me refiero, aclaro, a nuestra traducción y no a los textos originales).
Sin realizar ninguna acusación infamante, debo sinceramente hacer constar ciertos hechos, con alguna salvedad a la que nobleza obliga: una intelectual barcelonesa de pura cepa, de los mejores quilates humanos y la mayor predisposición cultural tuvo el empeño de mediar por pura amistad y simpatía, tal como es propio de los nativos de esa hermosa y cálida Ciudad Condal, entre nuestra inquietud y los directivos del Institut Ramon Llull, a fin de comenzar una serie de intercambios para la cooperación y fortalecimiento del entendimiento entre Cataluña y nuestro medio universitario. De nuevo nuestra inquietud estaba respaldada por las traducciones, por documentación oficial referenciada adecuadamente, que se podía rastrear sin dificultad, y también lo estaban los antecedentes de quien suscribe, pues he publicado artículos en una prestigiosa revista de filosofía española, que seguro es de las más valiosas de Europa por la altura de sus codirectores y los que en ella escriben, haciendo abstracción del redactor de estas líneas. A pesar de esos buenos oficios, por los que estaré eternamente agradecido y por los cuales no tengo ninguna queja que exponer, todavía aguardo aunque sea una sola palabra del Institut..., el que, como se diría castizamente, ha dado por toda respuesta la callada.
Last but not least, he tenido noticias concretas de una situación bastante absurda propinada por la política de Normalización…, y que se condice con el diagnóstico del “Manifiesto por la lengua común”: los propios catalanes nativos, y aun la lingüista, como se llama en España a la gente académicamente entendida en estos asuntos, que se dignó cooperar con nuestra obra agregando observaciones importantes, deben someterse a un examen de pago, bastante caro y para algunos catalanes de a pie inaccesible, me comentan, a fin de demostrar su catalanidad idiomática de nivel "D" y para detentar determinados cargos, o funciones. Ello es, a mi criterio, bastante vejatorio, porque si se reconoce el atropello del franquismo en aras de la supresión de la lengua, y ello es absolutamente abominable, nos encontramos ahora como dice el Manifiesto… con una “Lengua” con mayúsculas que ha adquirido vida, y ya no tiene sentido como servidora de la comunicación entre los seres humanos y las culturas siendo antes una “Entidad” casi sobrenatural que los somete al extremo ridículo de señalar por medio de un examen estatal quiénes de los nacidos en Cataluña y que hablan catalán desde la cuna son realmente… catalanes, que de eso se trata, según se percibe fenoménicamente.
Los efectos reales y malignos de esta errada política normalizadora no son teóricos: en un medio en el que la inmigración es una cuestión volátil y de explosivo tratamiento, y donde cualquier elemento dispuesto de modo equivocado puede engendrar odios, se observa que los catalanes nativos de escasos recursos que deben pagarse su examen para ser convalidados como catalanes “auténticos” comienzan a dirigir su resentimiento contra los no nacidos en Cataluña que pueden obtener una subvención para su mejor integración a la cultura catalana, lo que no es un resultado que puede producirse en teoría; al contrario, ya está sucediendo con mella precisamente de la verdadera integración. Si los defensores de la Normalización… acusan a los autores del “Manifiesto…” de reminiscencias autoritarias por mostrarse ocultamente como de izquierdas o derechas (¿?) despóticas conforme al articulista que quepa, sea Pilar Rahola u otro intérprete análiticamente antagónico pero convergentemente “catalanizador” y monolingüístico, deberían interrogarse asimismo acerca de qué tipo de conducta están induciendo desde el Estado autonómico en la gente común, léanse concretos impulsos agresivos completamente negativos.
Esta polémica con ingredientes fundamentalistas recuerda la relativa a la vexata quaestio zarandeada en Israel en torno a la “hebraidad” política, que divide a laicos y religiosos judíos. La pregunta de fondo es sin duda (o con demasiadas dudas…) cómo se distingue a un verdadero judío entre otras personas. Un escritor judío pronunció una sapientísima frase que quizá Maimónides hubiera homologado: “Un verdadero judío es aquél que nunca formularía tal pregunta”. Creo, atrevidamente, que mi compatriota Daniel Baremboim coincidiría. Y creo, con sinceridad, que un verdadero catalán debe ser el que llega al amor por Cataluña sin ser encadenado a su lengua con ese objetivo, y por el sencillo respeto a ella y por su belleza y sus tradiciones, y su importancia como valor de intercambio semántico internacional para mejorar el Mundo, que son todas éstas “cadenas” suficientes para atarse humanamente a una devoción por algo.
Debo decir también, con todo respeto por los amigos castellanos ibéricos de excelente prosapia intelectual, que la poca importancia que la Cataluña oficial ha dado a las traducciones no escolarizadas de Jorge Luis Borges de parte de este argentino al catalán son más contradictorias en cuanto sostengo que la Castilla peninsular no ha terminado de entender adecuada y cabalmente el idioma argentino de aquel escritor, y dado que los catalanes habitualmente toman las obras escritas en castellano para su acervo sin traducirlas y las aceptan además con el tinte de sus comentadores castellanos, mi intención más clara fue hacer abrevar a Castilla a través de Cataluña en las textos de Borges. Advierto que los amigos de la Generalitat y sus asociados culturales e idiomáticos no me han comprendido, o no se permiten, tal vez, comprenderme. Podemos achacarlo a mi insignificancia. Es una explicación. Y asunto concluido. Mi vanidad herida, y el Estado catalán indemne. A nadie importante alarmará eso.
Gustavo F. Soppelsa
* Los textos traducidos hasta ahora son “La casa d’Asterió”, “Borges i jo” y “Funes el memoriós”, disponibles para quienes sientan curiosidad por ellos.
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