dissabte, 8 de novembre del 2008

Corazón de siglo

Corazón de siglo despenado

y en trance

de ser siglo.

Te llama -voz hermosa-, corazón,

la incandescencia

de los megamercados,

la fiesta eterna

de la mano impaciente,

y experta, como nunca,

en el trabajo leve de romper

envoltorios de regalos.

Te convoca, corazón,

y eso te hipnotiza

como pocas veces antes,

una mano relamida

por el eléctrico placer

de adquirir

superficies nuevas,

relucientes,

de últimos modelos pintados de rojo,

rojos hoy sólo sonrosados.

Sin espías al volante

fotografiados

con la rubia indeclinable

y dispuesta a atravesar

el viejo muro de la capital

hoy redimida

de Germania

con el frío adorno

de la clandestinidad

transformado en gargantilla

de brillantes.

Una rubia fuera de tu alcance

reluciendo ofuscada

por la intromisión de la linterna

del milico del check-point.

Aquellos rojos de pasión

-es mi credo-

no serán más rojos.

Serán violetas o anaranjados,

[o blancos]

o remedarán el púrpura desvaído y colonial

de la casa que mira

a la Plaza de Mayo.

Pero nunca, corazón,

(aquí y allá) sobró tanto.

Por eso lo que falta

es simétrico

a la abundancia

de carteles luminosos gigantescos

y gaseosas livianísimas

destinadas a fabricar cuerpos

elongados

por el publicitario premiado,

mejor dotado

y rearmado

con un corazón para este siglo.

¿Qué quiere este corazón?

Corazón de siglo imberbe

inventándose martirios

para llenarnos

el corazón

de computadoras cómplices,

de puntos infinitos,

omnividentes

y pantallitas electrónicas,

como trozos

de una conciencia

brotada baja la bendición

y el peso insoportable

de un augurio del Aleph,

ése que en el sótano de cuento

mareó la curiosidad

de aquél que fue

luego

ciego famoso.

Corazón del siglo que comenzó

a renguear, como todas

las centurias que lo concibieron,

con los ojos enceguecidos de codicia

para usurpar lo mejor del mundo.

Corazón loco de amor

por este tiempo

(que no sabe si es el suyo)

y urgido por sanar.

Corazón de siglo

y de mínima piedad interesada

erguido al pie de la pirámide

inabarcable de la videoteca

donde

centenares de días muertos

quedaron como herencia imponente.

Allí dentro,

verás portentos y mutilados.

En ese monumento destinado

a hacer de piedra la memoria

de la imagen

veré y verás

antes maravillosos

rostros infantiles hoy talados

por el bisturí insensato del dolor,

y sueños en jirones

engalanados con promesas

que madurarán

en los corazones de otros siglos.


Gustavo F. Soppelsa