Corazón de siglo despenado
y en trance
de ser siglo.
Te llama -voz hermosa-, corazón,
la incandescencia
de los megamercados,
la fiesta eterna
de la mano impaciente,
y experta, como nunca,
en el trabajo leve de romper
envoltorios de regalos.
Te convoca, corazón,
y eso te hipnotiza
como pocas veces antes,
una mano relamida
por el eléctrico placer
de adquirir
superficies nuevas,
relucientes,
de últimos modelos pintados de rojo,
rojos hoy sólo sonrosados.
Sin espías al volante
fotografiados
con la rubia indeclinable
y dispuesta a atravesar
el viejo muro de la capital
hoy redimida
de Germania
con el frío adorno
de la clandestinidad
transformado en gargantilla
de brillantes.
Una rubia fuera de tu alcance
reluciendo ofuscada
por la intromisión de la linterna
del milico del check-point.
Aquellos rojos de pasión
-es mi credo-
no serán más rojos.
Serán violetas o anaranjados,
[o blancos]
o remedarán el púrpura desvaído y colonial
de la casa que mira
a
Pero nunca, corazón,
(aquí y allá) sobró tanto.
Por eso lo que falta
es simétrico
a la abundancia
de carteles luminosos gigantescos
y gaseosas livianísimas
destinadas a fabricar cuerpos
elongados
por el publicitario premiado,
mejor dotado
y rearmado
con un corazón para este siglo.
¿Qué quiere este corazón?
Corazón de siglo imberbe
inventándose martirios
para llenarnos
el corazón
de computadoras cómplices,
de puntos infinitos,
omnividentes
y pantallitas electrónicas,
como trozos
de una conciencia
brotada baja la bendición
y el peso insoportable
de un augurio del Aleph,
ése que en el sótano de cuento
mareó la curiosidad
de aquél que fue
luego
ciego famoso.
Corazón del siglo que comenzó
a renguear, como todas
las centurias que lo concibieron,
con los ojos enceguecidos de codicia
para usurpar lo mejor del mundo.
Corazón loco de amor
por este tiempo
(que no sabe si es el suyo)
y urgido por sanar.
Corazón de siglo
y de mínima piedad interesada
erguido al pie de la pirámide
inabarcable de la videoteca
donde
centenares de días muertos
quedaron como herencia imponente.
Allí dentro,
verás portentos y mutilados.
En ese monumento destinado
a hacer de piedra la memoria
de la imagen
veré y verás
antes maravillosos
rostros infantiles hoy talados
por el bisturí insensato del dolor,
y sueños en jirones
engalanados con promesas
que madurarán
en los corazones de otros siglos.
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