dimarts, 26 de maig del 2009

Cosa de Isla Mala

Aunque este hecho artístico bastante trascendente fue acallado por los biógrafos que en la actualidad talan la intrincada ramázón heráldica del noble catalán Joan Sardà, contrariando con tozudez el aullido ecologista en boga que bramaba por la instalación de las pasteras uruguayas, un descendiente argentino del réprobo Sergi -vid. entrada del primero de abril pasado-, que nació en la orilla occidental del Río de los Pájaros, se destacó como vate, aunque, forzoso es decirlo, de manera efímera.
Dedicado a la caza furtiva del carpincho, su canoa fue vista por última vez frente al puerto de Concepción del Uruguay un brumoso y hostil anochecer de fines de mayo de 2006; los cronistas no se ponen de acuerdo, y unos sostienen que hubo una especie de llamado divino como parece haber ocurrido en el caso de la desaparición de Empédocles y otros que el desgraciado, simplemente ebrio por un desmedido consumo de caña Ombú, cayó trágicamente de la precaria embarcación. La variación de las versiones se debe, obviamente, a la homofonía propia del nombre del filósofo con la presunta adicción del desdichado poeta litoraleño, y por supuesto a las pronunciadas dubitaciones que la sección policiales de diario “La Calle” padece cíclicamente a la hora de redactar las noticias cuando de ortografía se trata.
Circa abril de 2006, este tataranieto algo decadente -señalan sus detractores con total ausencia de objetividad- de Lucas Piriz y Sergi Sardà, el feo pero simpático Gustavo Soppelsa Piriz Sardà, que por razones inexplicables sólo reconocía a sus antepasados itálicos y firmaba únicamente con su primer apellido, escribió esta oda electrónica a una nativa de Isla Mala, Departamento de Florida, la que, atribuida a distintos autores casi como una leyenda urbana, ya ha sido librada con mediano éxito a la crítica digital. Enjoy.


Y SI FUERA ANNA

Y si fuera Anna
la tibia amazona
que cabalga
sola,
como caminando,
trotando
el jamelgo
sobre las modestas
olas impalpables
de un río de escándalo.
Si ella fuera ésa
que esperaba
el río,
el río encendido
por los gritos locos
para permitirle
como al Galileo
que lo transitara
pisando lo blando
más blando del agua
y diera razones
a la furia ciega
de los que lo claman
como si muriesen
pasado mañana
por las chimeneas
todas las eternas
pasiones fluviales.
Y si fuera Anna
a la que convoco
para que, pisando
el manto del agua,
caminando sola,
no sobre ese río
sino sobre el lago
quieto de mi noche
venga a dar motivos
a mis madrugadas.
Sería un hada errante
hundiendo los tacos
de su zapatitos
al desensillar
sobre el manto de agua.
Sería una hechicera
-cosa de Islas Malas-
que te atrapa el alma
siguiendo la huella
sin forma del río,
cruzando encantada
hasta las orillas
para ser amada.
Todo eso que cuento,
que parece sueño
de andar en las aguas
de los ríos locos,
o sobre las aguas
azules y tristes
de los lagos quietos
de los corazones
de la madrugada
sería una delicia
de pasos hundidos
en senderos húmedos.
De surcos sin marcas.
Si quien los camina
se llamara Anna.

Gustavo Soppelsa, abril de 2006