La predisposición a admirar la belleza, la belleza femenina, se puede confundir con una precedencia falsa de valoraciones, y hablo de mí. No hay que dar, en fin, por los glúteos más de lo que los glúteos valen. No olvido, por cierto, a Oscar Wilde y su siempre amarga y precisa meditación epigramática, quien señalaba algo así como el hecho trágico de que la belleza dure menos que el talento.
Resulta tan errado absolutizar la belleza como desdeñarla, y como en todos los temas que tienen alguna repercusión moral, el desdén pontifical de las exaltaciones físicas por lo general ostenta la señal de la hipocresía.
Los chistes que circulan en
Las lógicas concesiones a la biología, por lo demás, como el deleite de la gastronomía, o de las bendiciones del confort no deberían ser disimuladas como si se tratara de la comisión de pecados, que es exactamente lo que han sido durante siglos en Occidente: el medido hedonismo, si la calificación no implica un oxímoron…, es casi un mandato para enjugarse las lágrimas en este valle.
Por ahí tengo escrito que el mundo es un lugar espantoso, que está solamente redimido por la existencia de las personas buenas e inteligentes, y que es casi una misión humana fundamental andarse por él cuidándolas. En fin, con o sin lamento, que en ese punto el misterio de la frase de Wilde se eleva a la categoría de literatura, visto desde ese mirador, el mundo dura más que la gratificación ocasional del cuerpo y lo perdurable y lo que es cimiento de la vida, sin ninguna moralización, parece estar cósmicamente más relacionado con lo que “no puede verse” que con la exterioridad estética.
Que a Wilde le haya preocupado pronunciarse sobre el asunto también indica que la cuestión de la belleza no se reduce a una microscópica frivolidad de espejos, cosméticos y jadeos frente a unas lindas curvas, sino tal vez que tiene fundamental relación con la calidad que ansiamos durante ese viaje de perduración zozobrante que es la vida. Negar esas ansias es mentirse. Aceptar como el todo esa sed es también hacerse trampa. La verdad, contra lo que se dice, carece de simpleza. La existencia carece de simpleza. Los seres humanos carecemos de simpleza.
Cuando aquel mono anónimo se volvió loco y empezó a hacer arbitrariedades contra natura, para escándalo de la tribal monada, comenzó la complejidad. La simpleza solamente se encuentra en las tristes jaulas de los chimpancés, y no hay nada que permita deducir que estos monos cuerdos en cautiverio son más felices que los lejanos nietos del mono loco, puestos éstos hoy a actualizar sus blogs.
Gustavo F. Soppelsa
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada